El otro día vi en un foro un comentario (de un ultranacionalista vasco) que achacaba la derrota de la Guerra Civil a los revolucionarios españoles por sus "luchas intestinas". Aunque a estas alturas me parece innecesario, aclararé que la desorganización y las luchas internas dentro del bando republicano se debíeron a las posturas ambiguas de muchos sectores como el del PSOE; y si el ataque del comentarista iba dirigido a los comunistas (por el contexto del foro) no sobra decir que fueron ellos los únicos que lucharon con decisión y firmeza, sin vacilas; a diferencia de los anarquistas y trotkistas que no hicieron más que entorpecer la defensa de la Segunda República.
Era más desafortunada aún otra afirmación del comentarista, seguida a la anterior: "y de paso arrastrarnos a los vascos en su derrota". Esta segunda calumnia me llevó a recordar un artículo (el siguiente) sobre la guerra en Euzkadi, y no recuerdo que fuera así. De todas formas, salgamos de dudas:
Traición a la II República: PNV (primera parte)
El Partido Nacionalista Vasco también traicionó a la República, negociando secretamente con los fascistas italianos la rendición de todas las tropas que combatían en el frente norte.
Los nacionalistas vascos han vivido (y aún viven) del culto a la personalidad de Jose Antonio Agirre, el presidente del gobierno autónomo vasco durante la guerra, de la explotación propagandística del bombardeo de Gernika, presentada como un ataque exclusivamente dirigido contra ellos y de una imagen del gudari como un combatiente antifascista abnegado, tanto durante la guerra como después de ella.
Pero las cosas sucedieron de manera muy distinta a como los nacionalistas las presentan.
Los nacionalistas vascos han vivido (y aún viven) del culto a la personalidad de Jose Antonio Agirre, el presidente del gobierno autónomo vasco durante la guerra, de la explotación propagandística del bombardeo de Gernika, presentada como un ataque exclusivamente dirigido contra ellos y de una imagen del gudari como un combatiente antifascista abnegado, tanto durante la guerra como después de ella.
Pero las cosas sucedieron de manera muy distinta a como los nacionalistas las presentan.
El frente norte.
El frente norte combatió en condiciones militares de aislamiento respecto al resto de la República. Ese frente no concernía únicamente a Euskal Herria sino también a Cantabria y Asturias, si bien el frente corrió de este a oeste, partiendo de la frontera entre Navarra y Guipúzcoa y acercándose hacia Vizcaya.
En consecuencia, el frente sí estaba en Euskal Herria y eso le dio al PNV y al gobierno autónomo vasco la posibilidad de encabezar la contienda en una amplia coalición en la que, sin embargo, ellos eran minoritarios.
Además de los nacionalistas, aunque bajo su dirección, en el frente del norte lucharon otras fuerzas antifascistas que, además, llegaron de fuera para defender a Euskal Herria. Todos aquellos antifascistas combatieron y murieron como si Euskal Herria fuera su propia tierra y no merecieron ser traicionados.
Por su naturaleza burguesa y reaccionaria, el PNV no podía constituirse en el núcleo de la resistencia antifascista en el frente norte. En febrero de 1936 no formó parte del Frente Popular y, por su naturaleza de clase, no podía asumir la dirección de la lucha y eso condujo a una derrota muy temprana: en el verano de 1937 el frente norte ya no existía. Allí la guerra duró un año escaso.
Esto merece un serio análisis.
En Euskal Herria el fracaso de la guerra no se debió tanto a problemas de unidad dentro del Frente Popular, como en Catalunya, como de dirección. Si bien este problema se dio en todas partes, allí fue más agudo, creándose toda una corriente en el seno del Partido Comunista, encabezada por Juan Astigarrabía, que se puso a remolque de los nacionalistas. Y no solamente los comunistas no encabezaron la lucha sino que tampoco alertaron acerca de las vacilaciones y la traición que preparaban los nacionalistas. Astigarrabía fue expulsado del PCE, pero el daño ya estaba hecho.
El PNV nunca combatió consecuentemente contra el fascismo y buena prueba de ello es que fueron los últimos en crear milicias propias para frenar el alzamiento militar. Al estallar la guerra el PNV se escindió en función de las áreas que se mantuvieron leales a la República. En Álava y Navarra, donde triunfaron los fascistas, los nacionalistas, si bien no se sumaron al golpe tampoco se opusieron a él; por el contrario, en Guipúzcoa y en Vizcaya, donde triunfaron
los republicanos, el PNV pareció unirse a la resistencia pero, en realidad, tampoco allí su posición era muy diferente. Incluso en Vizcaya, una parte de los nacionalistas, representada por Luis Arana, sostenía que la guerra civil era un asunto español y, por tanto, ajeno a Euskal Herria, por lo que no cabía ninguna intervención a favor ni en contra. Puede decirse que los nacionalistas sostuvieron una posición ambigua y vacilante, transmitiéndola al conjunto de la coalición republicana sin que el PCE se opusiera a ella y la denunciara ante las masas.
El 18 de julio de 1936 en Euskal Herria, al no formar parte del Frente Popular ni el PNV ni la CNT, para hacer frente al fascismo se crearon las Juntas de Defensa como instrumento al mismo tiempo de unidad política y militar. Tanto para reforzar la colaboración nacionalista en la lucha como por las propias condiciones de aislamiento del frente, la República concedió la autonomía a Euskal Herria pocas semanas después de la sublevacion fascista, en setiembre de 1936. Pero la autonomía legal era una independencia real que reforzó la posición nuclear de los nacionalistas dentro de la coalición que, una vez formado el gobierno vasco, dieron buena prueba de sus verdaderas intenciones.
La formación de aquel gobierno autónomo privó a las masas del protagonismo que necesariamente debían asumir. Esta es una diferencia fundamental entre el gobierno republicano central y el autonómico vasco, del que Astigarrabía formaba parte en representación del PCE. La propia guerra sirvió de excusa al gobierno vasco para imponer el orden público en la retaguardia, prohibiendo toda actividad política y sindical. Muy pocas veces la situación se les escapó de las manos al PNV, una de ellas cuando las masas asaltaron la cárcel de Larrínaga en Bilbao (4 de enero de 1937) después de un terrible bombardeo de las ciudad y ejecutaron a 224 fascistas que estaban allí presos. Desde entonces, en todas sus negociaciones con los nacionalistas, los fascistas exigieron que el PNV garantizara la vida de los fascistas apresados.
Por lo demás, en el frente norte no hubo comisarios políticos en los batallones, los mítines políticos estaban prohibidos y la propaganda también. Las consecuencias de ello fueron pronto evidentes. Cuando los fascistas se acercaron a San Sebastián, sólo la CNT propuso su defensa, mientras que todos los demás, incluido el PCE, aceptaron la postura del PNV de retirada hacia el río Deva. Sin disparar un sólo tiro, los fascistas avanzaron 30 kilómetros las líneas del frente y llegaron hasta Vizcaya. La posición de la CNT era totalmente justa y la del PCE totalmente errónea. En Euskal Herria, tanto la CNT como la FAI exigieron una representación en el gobierno autónomo que no se les concedió, lo cual fue otro error del PCE y otra concesión intolerable a los nacionalistas. La imprenta del diario CNT del norte fue clausurada y entregada al PCE para que publicara su Euskadi Roja, lo cual era otra conducta totalmente inaceptable.
Como consecuencia de ello, la moral de los batallones anarquistas se hundió; era imposible combatir en esas condiciones y tampoco era posible ni una unidad sólida de los antifascistas ni tampoco la unidad sindical. La dirección del PCE criticó duramente a los comunistas vascos por no haber sido capaces de mantener una línea independiente, por subordinarse a los nacionalistas y no apoyarse en las masas para resistir al fascismo.
Por su parte, desde el comienzo mismo de la guerra los nacionalistas trataron de llegar a un acuerdo con los sublevados poniendo en práctica una política hipócrita y demagógica: públicamente hablaban de resistencia a ultranza pero negociaban en secreto, a espaldas de las masas y de todas las organizaciones del Frente Popular. De forma directa o a través del Vaticano, los nacionalistas vascos nunca rompieron sus vínculos con los fascistas. De todas esas negociaciones la más conocida es el Pacto de Santoña, concertado en agosto de 1937, por el que el PNV capitulaba ante los fascistas italianos y entregaba a todos los antifascistas atados de pies y manos ante sus verdugos para que fueran fusilados o encarcelados.
Los nacionalistas vascos se justifican diciendo que Euskal Herria ya se había perdido y que nada tenían que hacer en tierra extranjera. Esto es absurdo pero no vamos a entrar a replicarlo. Lo importante es que sus conversaciones con el enemigo para la capitulación se habían iniciado mucho antes, desde el mismo origen de la guerra, antes incluso del bombardeo de Gernika (abril de 1937) y antes de la caída de Bilbao, que supuso un enorme desastre para la República.
En estos contactos sobresale que el PNV buscara a los italianos como interlocutores, bien directamente, bien a través del Vaticano, no descartando nunca la posibilidad de ofrecer Euskal Herria como protectorado a Mussolini, al tiempo que hacían lo mismo con los imperialistas británicos, buscando vender el país al mejor postor.
El frente norte combatió en condiciones militares de aislamiento respecto al resto de la República. Ese frente no concernía únicamente a Euskal Herria sino también a Cantabria y Asturias, si bien el frente corrió de este a oeste, partiendo de la frontera entre Navarra y Guipúzcoa y acercándose hacia Vizcaya.
En consecuencia, el frente sí estaba en Euskal Herria y eso le dio al PNV y al gobierno autónomo vasco la posibilidad de encabezar la contienda en una amplia coalición en la que, sin embargo, ellos eran minoritarios.
Además de los nacionalistas, aunque bajo su dirección, en el frente del norte lucharon otras fuerzas antifascistas que, además, llegaron de fuera para defender a Euskal Herria. Todos aquellos antifascistas combatieron y murieron como si Euskal Herria fuera su propia tierra y no merecieron ser traicionados.
Por su naturaleza burguesa y reaccionaria, el PNV no podía constituirse en el núcleo de la resistencia antifascista en el frente norte. En febrero de 1936 no formó parte del Frente Popular y, por su naturaleza de clase, no podía asumir la dirección de la lucha y eso condujo a una derrota muy temprana: en el verano de 1937 el frente norte ya no existía. Allí la guerra duró un año escaso.
Esto merece un serio análisis.
En Euskal Herria el fracaso de la guerra no se debió tanto a problemas de unidad dentro del Frente Popular, como en Catalunya, como de dirección. Si bien este problema se dio en todas partes, allí fue más agudo, creándose toda una corriente en el seno del Partido Comunista, encabezada por Juan Astigarrabía, que se puso a remolque de los nacionalistas. Y no solamente los comunistas no encabezaron la lucha sino que tampoco alertaron acerca de las vacilaciones y la traición que preparaban los nacionalistas. Astigarrabía fue expulsado del PCE, pero el daño ya estaba hecho.
El PNV nunca combatió consecuentemente contra el fascismo y buena prueba de ello es que fueron los últimos en crear milicias propias para frenar el alzamiento militar. Al estallar la guerra el PNV se escindió en función de las áreas que se mantuvieron leales a la República. En Álava y Navarra, donde triunfaron los fascistas, los nacionalistas, si bien no se sumaron al golpe tampoco se opusieron a él; por el contrario, en Guipúzcoa y en Vizcaya, donde triunfaron
los republicanos, el PNV pareció unirse a la resistencia pero, en realidad, tampoco allí su posición era muy diferente. Incluso en Vizcaya, una parte de los nacionalistas, representada por Luis Arana, sostenía que la guerra civil era un asunto español y, por tanto, ajeno a Euskal Herria, por lo que no cabía ninguna intervención a favor ni en contra. Puede decirse que los nacionalistas sostuvieron una posición ambigua y vacilante, transmitiéndola al conjunto de la coalición republicana sin que el PCE se opusiera a ella y la denunciara ante las masas.
El 18 de julio de 1936 en Euskal Herria, al no formar parte del Frente Popular ni el PNV ni la CNT, para hacer frente al fascismo se crearon las Juntas de Defensa como instrumento al mismo tiempo de unidad política y militar. Tanto para reforzar la colaboración nacionalista en la lucha como por las propias condiciones de aislamiento del frente, la República concedió la autonomía a Euskal Herria pocas semanas después de la sublevacion fascista, en setiembre de 1936. Pero la autonomía legal era una independencia real que reforzó la posición nuclear de los nacionalistas dentro de la coalición que, una vez formado el gobierno vasco, dieron buena prueba de sus verdaderas intenciones.
La formación de aquel gobierno autónomo privó a las masas del protagonismo que necesariamente debían asumir. Esta es una diferencia fundamental entre el gobierno republicano central y el autonómico vasco, del que Astigarrabía formaba parte en representación del PCE. La propia guerra sirvió de excusa al gobierno vasco para imponer el orden público en la retaguardia, prohibiendo toda actividad política y sindical. Muy pocas veces la situación se les escapó de las manos al PNV, una de ellas cuando las masas asaltaron la cárcel de Larrínaga en Bilbao (4 de enero de 1937) después de un terrible bombardeo de las ciudad y ejecutaron a 224 fascistas que estaban allí presos. Desde entonces, en todas sus negociaciones con los nacionalistas, los fascistas exigieron que el PNV garantizara la vida de los fascistas apresados.
Por lo demás, en el frente norte no hubo comisarios políticos en los batallones, los mítines políticos estaban prohibidos y la propaganda también. Las consecuencias de ello fueron pronto evidentes. Cuando los fascistas se acercaron a San Sebastián, sólo la CNT propuso su defensa, mientras que todos los demás, incluido el PCE, aceptaron la postura del PNV de retirada hacia el río Deva. Sin disparar un sólo tiro, los fascistas avanzaron 30 kilómetros las líneas del frente y llegaron hasta Vizcaya. La posición de la CNT era totalmente justa y la del PCE totalmente errónea. En Euskal Herria, tanto la CNT como la FAI exigieron una representación en el gobierno autónomo que no se les concedió, lo cual fue otro error del PCE y otra concesión intolerable a los nacionalistas. La imprenta del diario CNT del norte fue clausurada y entregada al PCE para que publicara su Euskadi Roja, lo cual era otra conducta totalmente inaceptable.
Como consecuencia de ello, la moral de los batallones anarquistas se hundió; era imposible combatir en esas condiciones y tampoco era posible ni una unidad sólida de los antifascistas ni tampoco la unidad sindical. La dirección del PCE criticó duramente a los comunistas vascos por no haber sido capaces de mantener una línea independiente, por subordinarse a los nacionalistas y no apoyarse en las masas para resistir al fascismo.
Por su parte, desde el comienzo mismo de la guerra los nacionalistas trataron de llegar a un acuerdo con los sublevados poniendo en práctica una política hipócrita y demagógica: públicamente hablaban de resistencia a ultranza pero negociaban en secreto, a espaldas de las masas y de todas las organizaciones del Frente Popular. De forma directa o a través del Vaticano, los nacionalistas vascos nunca rompieron sus vínculos con los fascistas. De todas esas negociaciones la más conocida es el Pacto de Santoña, concertado en agosto de 1937, por el que el PNV capitulaba ante los fascistas italianos y entregaba a todos los antifascistas atados de pies y manos ante sus verdugos para que fueran fusilados o encarcelados.
Los nacionalistas vascos se justifican diciendo que Euskal Herria ya se había perdido y que nada tenían que hacer en tierra extranjera. Esto es absurdo pero no vamos a entrar a replicarlo. Lo importante es que sus conversaciones con el enemigo para la capitulación se habían iniciado mucho antes, desde el mismo origen de la guerra, antes incluso del bombardeo de Gernika (abril de 1937) y antes de la caída de Bilbao, que supuso un enorme desastre para la República.
En estos contactos sobresale que el PNV buscara a los italianos como interlocutores, bien directamente, bien a través del Vaticano, no descartando nunca la posibilidad de ofrecer Euskal Herria como protectorado a Mussolini, al tiempo que hacían lo mismo con los imperialistas británicos, buscando vender el país al mejor postor.
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