martes, 22 de noviembre de 2011

La ayuda soviética durante la Guerra Civil Española (cuarta y última parte)

La ayuda soviética a la República española (cuarta parte)

      El valor de uso.
      Dicen por ahí que el armamento soviético era chatarra, antiguallas que no servían. Según el Lehendakari Aguirre, los fusiles eran de la guerra de Crimea.
      Pero en la guerra de Crimea no existía la aviación y la URSS envió a la guerra de España lo mejor que tenía, la última tecnología de la época. Cualquier otra cosa hubiera sido absurdo por su parte. La URSS no estaba interesada en hacer negocio a costa de la República; si tenía algún interés, por el contrario, estaba en experimentar su nuevo material bélico. Por tanto, enviaron lo mejor que tenían, lo último.
      Los 150 bombarderos soviéticos eran Katiuska (Tupolev SB) y cazas I-15 e I-16, superiores a los primeros aparatos alemanes. El biplano Polikarpov I-15, conocido en España como Chato por su morro corto y grueso, era más rápido y manejable que los primeros aviones alemanes e italianos. Su sucesor, el monoplano I-16, al que los republicanos llamaban Mosca, era aún más veloz. No obstante, es cierto que, a partir de 1937, la aparición en combate del ME-109 alemán y de los modernos bombarderos italianos dejó algo desfasados a los cazas y Tupolev soviéticos.
      La superioridad soviética era más patente en los tanques. Los carros de combate BA-3 y BA-6 eran de 12 y 18 toneladas, rápidos y bien armados. Del T-26 suministraron más de 100 en los primeros meses y el BT-5 que trajeron era un prototipo del T-34 que se hizo célebre durante la II Guerra Mundial. En la
formidable batalla de Kursk, la mayor de tanques de toda la historia, los blindados soviéticos dejaron bien clara su superioridad.
      Los cañones eran cañones pesados de campaña del 76 que no tenían nada que envidiar a sus homólogos alemanes o italianos. También llegó artillería ligera, cañones antitanque y ametralladoras Degtiarev.
      Todos esos suministros no eran lo que la Unión Soviética quería enviar sino lo que pedía el gobierno republicano. Largo Caballero, como presidente del Gobierno y encargado de la cartera de Guerra, o su ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto, entregaban al embajador Rosenberg las peticiones de armamento y éste las hacía llegar al Comisariado de Defensa soviético dirigido por Voroshilov, quien a su vez las remitía a Stalin para su aprobación final.
      Los oficiales soviéticos que estuvieron en España tampoco eran sargentos chusqueros precisamente. Aquí llegaron cargos de muy alta graduación, los más cualificados, aquellos que luego en la II Guerra Mundial adquirieron justa fama.
      Algunos historiadores de esos que gustan de la imparcialidad y la neutralidad hacen comparaciones entre una ayuda (la italiana y alemana a los fascistas) y otra (la soviética a los antifascistas); calculan cifras, número de hombres y armamento. Nosotros en cambio no somos capaces de imaginar desde ningún punto de vista la equiparación entre un antifascista polaco de las Brigadas Internacionales y un mercenario de la Luftwaffe.
      Lo que diferenció a todos los voluntarios que lucharon por la democracia respecto a los mercenarios fascistas fue lo siguiente: ellos estaban integrados en las unidades republicanas bajo mandos republicanos, mientras que los fascistas italianos y alemanes trajeron aquí sus propias unidades y actuaban bajo sus propios mandos. Éstos a los que les gusta llamarse nacionales, ponían a España a la sombra del III Reich.

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