miércoles, 29 de enero de 2014

LENIN GAUR ETA HEMEN, militante komunistaren gaurkotasunaren inguruko mintegiak Hego Euskal Herrian


LENIN GAUR ETA HEMEN ekimena, militante komunista iraultzaile honen heriotzaren 90. urteurrenean, bere ekarpen teorikoak eta bere praktikaren eredugarritasuna gure Euskal Herrian duen gaurkotasunaren eztabaida pizteko abiatu da. Bere bultzatzaileen artean Fermintxo Santxez Agurruza (preso ohi iraultzaile euskalduna eta Euskal Iraultza Sozialista blogaren arduraduna), Henrique Galartza (Nafarroako Unibertsitate Publikoko Ekonomia irakaslea eta idazlea) eta Hedoi Etxarte (idazlea, musikaria eta La Hormiga Atómica kolektiboko kidea) ditugu. Ekimen honek hurrengo mintegiak antolatuko ditu:

-IRUÑEA: Katakrak (La Hormiga Atómicaren lokal berria - Kale Nagusia 54)
 Otsailaren 1ean (larunbata), (14:00etan bazkaria) 15:30etan.
 Ekimenaren aipatutako bultzatzaileekin.

-DONOSTIA: Txantxarreka (Antiguoko gaztetxea - Heriz pasealekua 22)
 Otsailaren 13an (osteguna), 18:00etan.
 Fermintxo Santxez Agurruzarekin.
 -kartela-

-BILBO: (laster informazio gehiago)


Iruñeko deialdiari buruzko informazio gehiago Euskal Iraultza Sozialista blogeko Teoria Iraultzailea Iruñean: solasaldia eta mintegia sarreran aurkitu dezakezue, Lenin bizitzaren kronologia eta oinarrizko bibliografiarekin batera.

martes, 28 de enero de 2014

AMNISTIAren aldeko ekintza Lekeition

(YouTubeko esteka)

Lekeition buruturiko ekintza. AMNISTIARIK GABE BAKERIK EZ!!!

Ponencia Otsagabia (ETA político-militar: VII Asamblea, 1976)

Hurrengo txostena, Otsagabia ezizenez ezaguna, ETA politiko-militarraren VII Biltzarran onartu zen, 1976ko udan, ustez bere egilea izan zen Pertur desagertu baino hilabete batzuk lehenago.

kimetz.orgetik hartuta


El Partido de los Trabajadores Vascos:
una necesidad urgente en la coyuntura actual

Ponencia Otsagabia (verano de 1976)


INTRODUCCION: RASGOS GENERALES DE LA EVOLUCION POLITICA DURANTE 1975 Y 1976
Uno de los problemas centrales con el que nos enfrentamos hoy en la organización, y que va a ser el objeto del presente trabajo, es el de la reconversión política de ETA, es decir, la adecuación, tanto de nuestra teoría política y nuestra intervención e nivel de masas (de la práctica armada y de la relación lucha armada-lucha de masas nos ocuparemos en otros trabajos), como de
nuestras actuales estructuras organizativas, a las nuevas condiciones sociales y políticas que se van perfilando en Euskadi y en todo el Estado español y, más concretamente, a la posibilidad de implantación de un régimen de tipo democrático-burgués.
El primer punto a tratar ha de ser, pues, el estudio de la evolución de las condiciones políticas en Euskadi y en el Estado español y de nuestra respuesta a esas condiciones, y de la valoración global del carácter correcto o incorrecto de nuestra actuación, durante el período que cubre el año 1975 y los primeros meses de 1976,
Los acontecimientos políticos más importantes de este período son sobradamente conocidos de todos y por ello vamos a hacer úni­camente un breve repaso de los rasgos más significativos que los caracteriza, Distinguiremos en todo caso dos partes claramente delimitadas: antes y después de la muerte de Franco.
Si 1974 fue, tras la ejecución de Carrero, la incubación y la primera manifestación de las crisis internas del régimen —con la oposición de las dos alas, “bunker” y “aperturista”— una vez liquidada la parte principal de la maniobra de sucesión 1975 ha sido la exteriorización completa al máximo grado de esa crisis, crisis no ya interna sino totalmente pública, crisis cuyo protagonismo deja de estar en manos de “ultras”, “reformistas”, “junteros” y demás personajes, para pasar a mostrarse, en toda su crudeza, por los grupos sociales que, dentro de la actual estructura del Estado español, se enfrentan con el mayor número de contradicciones y en su forma más elevada: el fascismo , representado en el Gobierno y en sus fuerzas represivas y cubierto totalmente por la oligarquía, por un lado, y las clases populares vascas, y especialmente la clase obrera, por otro.
Las huelgas generales de diciembre del 74, desencadenadas tras la lucha de las clases populares vascas por la amnistía fuel primer eslabón; las huelgas generales tras los asesinatos de Txiki y Otaegi, serian el último; en medio, la escalada represiva del régimen que liquidó por completo las ilusiones aperturistas, con sus implacables secuelas de muertos, encarcelados y torturados, y la formidable respuesta de nuestro pueblo que con su lucha demostró en todo momento su potencial revolucionario y sus reivindicaciones nacionales y de clase. El análisis que en su momento hicimos, en los Hautsi 6 y 7, de estas movilizaciones y del significado de la actuación del fascismo explican todo esto más detalladamente.


BALANCE DE LA ACTUACION DE ETA
La actuación de ETA no ha estada en absoluto separada de esta evolución de los acontecimientos, antes al contrario, ha sido uno de los elementos con una mayor incidencia sobre ellos. La práctica armada de la organización, con la campaña contra las fuerzas represivas ha sido uno de los factores clave en el desenmascara miento definitivo del franquismo. Pero sería un error ver en ella el único, ni tan siquiera el más importante, de ellos. No han sido sólo las acciones armadas de ETA las que han precipitado la escalada represiva del fascismo a partir del estado de excepción hasta las penas de muerte. Las ejecuciones de txakurras han sido, sí, el deto­nante de ese proceso. Pero ello se ha debido a que han actuado sobre un auténtico polvorín como lo era el pueblo entero de Euskadi, un pueblo que no ha dejado en ningún momento de luchar y que se sentía identificado con la línea de la lucha armada de ETA.
Desde este punto de vista, 1975 ha sido el desarrollo de una dinámica de acción-represión, una dinámica muy conocida en ETA y que ha sido durante mucho tiempo uno de los principios fundamentales de nuestra línea de actuación. Sin embargo, 1975 ha demostrado claramente, y de una vez por todas, las limitaciones y la inviabilidad, a largo plazo, de esta dinámica
Es cierto que la dinámica de acción-represión ha puesto al descubierto al régimen. Es cierto que ha aumentado la comprensión de la lucha armada por una parte cada vez más amplia de nuestro pueblo y ha hecho que las fuerzas represivas sean reconocidas corno auténticas fuerzas de ocupación. Desde este punto de vista esta dinámica ha sido un éxito.
Pero no es menos cierto que la represión, durísima e indiscriminada, que se ha abatido sobre Euskadi, ha alcanzado de una forma enorme a ETA. Comandos militares, militantes trabajando a nivel de masas, gente del pueblo que apoyaba dando infraestructura han sido barridos una y otra vez por los embates de la txakurrada. El resultado ha sido el que todos conocemos: una impresionante cantidad de detenidos, y una incapacidad total para responder, por nues­tra parte, a una situación que nosotros mismos habíamos contribui­do a crear.
Este es el punto de partida para nuestro análisis de lo que hemos llamado la reconversión política de ETA; vamos a enunciarlo más claramente. Durante 1975, ETA ha llevado a cabo, con un completo éxito, una de las tareas fundamentales de toda organización revolucionaria: la creación, a través de su lucha, de unas nuevas condiciones políticas y sociales, que, poniendo al des­cubierto la realidad de la lucha de clases y las diversas mani­festaciones que ésta va tomando, vaya convirtiendo a las cla­ses que son objetivamente revolucionarias, en clases subjetivamente revolucionarias, es decir, en clases cada vez más conscientes de su papel político. En el caso de Euskadi esto se refiere, evidentemente, tanto a las manifestaciones de la opresión nacional como a los de la explotación social
Sin embargo, no basta con agudizar las contradicciones de la sociedad y ponerlas en evidencia, no basta con crear nuevas condiciones políticas y retirarse de la escena. Una organización revolucionaria tiene una segunda y muy importante tarea, la de, en esas nue­vas condiciones, brindar alternativas a las masas, canalizar la conciencia política que van tomando; la tarea de dirección revoluciona­ria: después de concienciar, organizar. Esta segunda tarea no la hemos cumplido: cuando más necesaria era la presencia y la actuación de ETA, tanto a nivel político como militar, ETA no ha estado presente; la brutal represión caída sobre la organización, la dificul­tad de mantener cuadros con una estabilidad mínima nos lo ha impedido.
Esta era una constatación evidente tras las penas de muerte y durante la enfermedad de Franco, Entonces no estuvimos en condi­ciones de responder. Ahora bien, cabía suponer tras la muerte de Franco que, con la amnistía de un cierto número de gente de la cárcel, la, al menos momentánea, disminución de la represión y la posibilidad de vuelta de algunos exiliados, la recuperación organizativa no iba a hacerse esperar.
Hay que reconocer, sin embargo, y los informes y opiniones de nuestros responsables en el interior son concluyentes, que ello no ha sucedido así. A partir de la muerte de Franco se dan dos hechos que a primera vista pueden parecer contradictorios pero que en realidad no lo son.
Por una parte, que el prestigio politice de las posiciones de izquierda abertzale no ha dejado de aumentar. Numerosos ejemplos, desde el crecimiento de las organizaciones de masas abertzales, has­ta documentos como el de los profesionales de Aránzazu, lo demues­tran.
Por otra parte, y a pesar de lo anterior, la gente no entra en ETA. Aunque cada día hay más gente dispuesta a entrar en LAB o IAM, en Comités Abertzales, aunque esa gente está, en su mayoría, completamente de acuerdo con las posiciones políticas de ETA, no quiere, sin embargo, integrarse en ETA, al menos en lo que se refiere a la gente de más de 25 años y especialmente de más de 30. El hecho está ahí y es indiscutible. El número de miembros de las organizacio­nes de masa abertzales aumenta, el número de nuestros militantes en ellas no, o de forma mucho más lenta: aquí hay algo que no marcha.
Hay quien podría pensar que esto se debe a una disminución de la radicalización política en Euskadi, a que las promesas de una próxima democracia han terminado por engañar incluso al pueblo vasco, y que quienes hacen tan sólo unos meses apoyaban las acciones armadas de ETA hoy se sienten más atraídos por partidos “pacíficos” y “civilizados” como PNV, PSOE y PC.
Sin embargo, nada hay más lejos de la realidad. El potencial de lucha del pueblo vasco no sólo no ha disminuido, sino que, en la medida en que ha podido encontrar nuevos cauces para manifestarse, ha aumentado claramente. La huelga general del 8 de marzo, tras los asesinatos de Gasteiz, explosión espontánea unánime en todo Euskadi, es la mejor prueba de ello.
Lo que si ha habido es un cambio en la forma como gran parte de nuestro pueblo concibe la lucha política. Todos los que, hasta ahora, apoyaban y se identificaban con la acción que llevaba ETA pero sin participar en ella, sin pasar del nivel de pura simpatía hacia la lucha de los patriotas revolucionarios, hoy quieren participar directamente en ella, incorporarse de una forma organizada, y, lógicamente, piden a ETA que les brinde unos cauces nuevos para esa participación.
Evidentemente, esto no se refiere hoy todavía a la práctica armada, no hemos llegado todavía a la lucha armada de masas, pero si estamos alcanzando niveles de la lucha política de masas desconocidos hasta ahora en Euskadi y aún hoy en el resto del Estado.
Ahora bien, le lucha política de masas exige unas estructuras, una práctica, una dinámica, muy distintas de las de la lucha clandestina. La lucha política de masas no puede hacerse sólo con pinta­das y regadas nocturnas de octavillas, ni a base de contactos indivi­duales. Las estructuras de nuestra organización y las formas de funcionamiento de nuestros militantes dominadas por la imposición de la clandestinidad no son eficaces para la lucha de masas.
Esta es una constatación que se impone. Es cierto que, tras la muerte de Franco, un número creciente de gente se ha ido incorporando a las organizaciones de masas abertzales, pero no es menos cierto que las otras organizaciones de masas dirigidas por partidos como, por ejemplo, MC, que no están sufriendo la represión y pueden presentarse en público, han tenido un crecimiento mucho mayor.


LA NECESIDAD DE CREACION DE UN PARTIDO DE LOS TRABAJADORES VASCOS
Es preciso plantearse la cuestión central: ¿puede hoy ETA ejer­cer la dirección politice del movimiento de la izquierda abertzale? y la que va unida a ella, ¿puede el movimiento de izquierda abertzale, sin una dirección política clara, ser una fuerza hegemónica en el conjunto de las fuerzas politices vascas?
Nuestra respuesta a ambas cuestiones es clara: no es posible, ni una cosa ni la otra.
No es posible, ya que la incoherencia y vacilaciones del KM a la hora de proponer (de no proponer habría que decir) alternativas, al menos hasta el presente, su absoluta falta de iniciativas, demues­tra claramente la imposibilidad de que la izquierda abertzale se convierta en la fuerza hegemónica en Euskadi mientras no exista esa dirección política. Será una fuerza importante, al menos mientras el resto de las fuerzas políticas siga sin dar una solución satisfactoria al problema de la opresión nacional, pero nunca será hegemónica.
No es posible tampoco que ETA, tal como es hoy, constituye la fuerza dirigente dentro del movimiento de la izquierda abertzale, Nuestro aislamiento dentro del KAS, a pesar de ser la única tuerza con una incidencia real de masas es también una demostración de ello. Las constataciones que hemos hecho anteriormente sobre nues­tra flama de implantación actual lo ratifican.
Es preciso brindar una solución a este problema. Es preciso hacer la reconversión política de ETA, o más bien la reconversión organizativa de la lucha política que hasta ahora hemos llevado en ETA.
Nuestra propuesta en este sentido es la siguiente: la única solución viable a la situación actual es la separación organizativa entre la lucha política y la lucha armada. En concreto, postulamos la creación de un partido, vanguardia revolucionaria de la clase obrera y de todo el pueblo vasco, clip carácter independentista, y la incorporación a él de toda la actividad de masas que hasta ahora ha llevado ETA.
Esta tesis de la separación entre organización política y organización armada es la que mantenían, desde la escisión, los militares. ¿Significa ello renunciar a nuestros continuos pronunciamientos en pro de lo político-militar? Habría que aclarar primero qué es en realidad “lo político-militar”.
ETA ha querido siempre llevar adelante (incluidos los milis) una metodología político-militar, es decir, de coordinación y complementación entre lucha armada y la lucha de masas. Para ello, y hasta la escisión, ETA había sido una organización político-militar estructurada en frentes. Con la escisión, los milis afirman la necesidad de separar organizativamente ambas luchas, mientras que nosotros afirmamos la necesidad de mantener la organización político-militar con una estructuración, además, también político-militar.
Si en noviembre del 74 afirmamos la necesidad de una organización político-militar y una estructura político-militar era porque considerábamos que en aquellas condiciones —un régimen fascista en el que todas las luchas populares eran clandestinas— ésta era la forma más correcta de garantizar la coordinación lucha armada-lucha de masas.
Ahora bien, tal como hemos visto, hoy las condiciones políticas han cambiado, aunque el fascismo se mantenga. Ya entonces reco­nocimos que el esquema propuesto por los milis podría ser válido en el caso de una democracia burguesa, en el cual habría que crear una organización política legal, pero no en el caso del fascismo.
Sin embargo, y a pesar de que todavía no hay hoy una demo­cracia burguesa en el Estado español y de que el partido que propo­nemos sería, hoy todavía, ilegal, es innegable que la represión, sobre todo de cárcel, que hoy se abate sobre ETA no la habría sobre ese partido con la misma fuerza a causa de un carácter estrictamente político y no armado; es innegable también que a causa de ello sus estructuras puedan ser menos rígidas que las que hoy tiene ETA, con un funcionamiento a base de comités locales en vez de liberados, a base de reuniones y asambleas en
Las que se dé la cara, etc., cosas que ETA no puede hacer, que otros partidos están haciendo, y que son condición indispensable para una política de masas eficaz,
Es evidente que habría que profundizar más en todo lo referente a la metodología político-militar.
Haciendo un breve análisis de las clases que se enfrentan en el proceso revolucionario vasco, vemos que por un lado está la oligarquía centralista española, clase actualmente dominante, y por otro el conjunto de las clases trabajadoras y populares de Euskadi, lo que comúnmente ‘venimos denominando como pueblo trabajador vasco. Es evidente que no está hecho un estudio científico de la composi­ción de clases y grupos sociales del P.T.V. y que para esa labor de dirección política es necesario efectuarlo, pero podemos afirmar aquí que el conjunto de lo que denominamos PTV y que incluye la pequeña burguesía, tiene unos intereses objetivamente revolucionarios. Ahora bien, y dado que el PTV es un conglomerado en el que se encuentran tanto clases con todas las características que les confi­guran como tales —la clase obrera— como sectores o grupos sociales con características diferenciales pero que no constituyen una clase en sentido estricto —no se puede hablar, por ejemplo, de la existencia de una clase campesina en Euskadi; ni siquiera el conjunto de quienes se dedican al trabajo de la tierra ofrecen unos caracteres homogéneos a lo largo y ancho de las cuatro provincias de Euskadi Sur— la única clase que puede llevar la dirección revolucionaria del conjunto del PTV es la clase obrera.
Podemos decir que hasta ahora ETA ha representado a la van­guardia más radicalizada y luchadora del PTV, pero no ha represen­tado claramente los intereses de la clase obrera. No puede negarse que en ETA han coexistido, junto a posiciones de clase obrera, otras posiciones de influencia pequeño-burguesa y que en determinados momentos esas posiciones se han enfrentado claramente.
El partido que ha de dirigir el proceso revolucionario ha de ser el organismo que recoge los intereses objetivos de las clases revolu­cionarias y los formula conscientemente, los teoriza. ETA tampoco ha hecho hasta ahora esto, es necesario reconocerlo. ETA ha hecho avanzar ese proceso revolucionario, ha sentado, con su práctica, las bases para las progresivas conquistas a alcanzar, pero no las ha for­mulado explícitamente, excepto quizá en casos aislados.
Lo que se deduce de todo lo anterior es que la dirección del proceso revolucionario vasco sólo puede llevarla a cabo un partido u organización que represente los intereses de la clase obrera y que posea una teoría y una estrategia de esa revolución, teoría y estrategia que, hoy por hoy, no están elaboradas.
Por supuesto, ETA podría perfectamente transformarse, manteniendo igual condición de organización político-militar, si tendiera hacia una homogenización de sus militantes mucho mayor que la que existe actualmente,
Ahora bien, lo que nosotros afirmamos, además, es que en la situación actual, y más aún en una futura democracia burguesa, una organización que se saltaría la práctica política y la práctica militar está incapacitada para ejercer esa dirección política. Puede marcar unas grandes líneas, pero le es totalmente imposible mantener uno incidencia directa en las cuestiones cotidianas, en las situaciones concretas, que es donde realmente se juega esa dirección política. La razón de ello es que los militantes de la organización político-militar, obligados a mantener unas normas de clandestinidad y una compartimentación a causa de la práctica armada, van a tener una libertad de movimientos infinitamente menor que aquellos que militen en una organización exclusivamente política.
Más claramente, afirmamos que la organización que de ejercer la dirección política del proceso revolucionar vasco, en la fase de democracia burguesa a la que nos aproximamos, ha de ser una organización exclusivamente política ha de ser un partido que no practique la lucha armada
Ello no significa en ningún caso que haya de abandonarse el empleo de la violencia; antes al contrario, del mantenimiento de una lucha armada adecuada a las nuevas condiciones dependerá que, tanto el partido corno el conjunto del pueblo vasco, no olviden que la revolución (y consiguientemente la independencia) no van a ser posibles sin la creación de un ejército al servicio del pueblo y sin el empleo de la violencia revolucionaria.
Lo que vamos a analizar a continuación con más detalle es todo lo referente al partido que proponemos; su línea politice, su estrategia, su teoría de la revolución vasca y los medios que consideramos más eficaces para su potencialización  y puesta en marcha.
Los tres primeros casos son las líneas maestras que configuran lo que es un partido revolucionario, vanguardia de los trabajadores hacia la revolución socialista; en el caso de Euskadi, además, van­guardia de un pueblo oprimido hacia su independencia nacional y su reunificación,
En efecto, el partido ha de representar el sector más combativo de la clase obrera y de todo el pueblo, al sector más consciente de las contradicciones sociales existentes en Euskadi y de los mecanismos de la lucha de clases en todas sus manifestaciones, tanto nacionales como sociales.
Esto se concretiza en:
— Una teoría revolucionaria que parte, a la vez, del análisis de la experiencia histórica de la lucha de nuestro pueblo, y del análisis de otras teorías revolucionarias para recoger aquello que pueda contribuir a nuestra lucha, y que han de definir, en base a ambas cosas, las fases (previsibles) de la revolución vasca.
— Una estrategia de toma del poder basada, por una parte, en las alianzas de clase que más favorezcan el proceso revolucionario vasco, y, por otra, en la correcta combinación de los medios políticos y militares.
— Unos programas de intervención tácticos —lo que hemos lla­mado línea política— que incluye una política de alianzas entre gru­pos políticos, la potenciación de organismos de masas, y los progra­mas concretos que han de llevarse adelante.


SOBRE LA TEORIA DE LA REVOLUCION VASCA
Es evidente que, hoy por hoy, no está elaborada una teoría completa de la revolución vasca. Ello se debe, por una parte, a que no estamos atravesando sino los primeros momentos de esa revolución y lógicamente hay muchas cosas que no son previsibles (habría que aclarar cuando decimos “primeros momentos” que una revolución está lejos de acabarse con la toma del poder político) y, por otra, a que no ha sido el trabajo de tipo teórico el que más se ha practica­do en Euskadi durante estos años.
Sin embargo, la riquísima experiencia de lucha de Euskadi, los avances y retrocesos, la clarificación de posturas, nos permiten avanzar una serie de elementos a partir de los cuales ir construyen­do dicha teoría. Algunos de esos elementos son comunes, o al menos similares a los de otras experiencias revolucionarias, mientras que otros son diferenciadores, es decir, confieren al caso vasco unas características propias.
La primera de ellos es, sin duda, el carácter autónomo de la revolución vasca, el hecho de ser una revolución nacional; nacional, dentro del marco de un pueblo oprimido por dos estados centralis­tas, aunque, evidentemente, el hecho de esa separación en dos marcos estatales hace que se manifieste en formas distintas en cada uno de ellos.
La revolución vasca es revolución nacional porque, en Euskadi, las únicas clases interesadas en una liberación corno pueblo son las clases potencialmente revolucionarias, las clases populares. En Euskadi no existe una clase burguesa interesada en la construcción de un Estado vasco; en Euskadi la dirección de la lucha nacional ha pasado de manos de la burguesía —que la protagonizó en 1936­a manos de las clases populares, del PTV, con su clase obrera al frente.
Es revolución nacional porque parte de un hecho nacional obje­tivamente revolucionario. Esto es algo que se está mostrando cada día más evidente y que quienes hoy defienden posiciones estatalistas  quizá mañana también puedan percibir.
Pero es algo más: las revoluciones no vienen dadas exclusiva­mente por un determinismo económico o político; las revoluciones se crean, se construyen. Y la revolución vasca es también revolución nacional porque nace de la lucha de un pueblo contra su liquidación como tal, contra la liquidación de su lengua, de su cultura, de sus instituciones, porque implica un proceso de reconstrucción nacional, de unas formas culturales y políticas propias como pueblo. Si no se capta esta dimensión de la lucha –la que ha definido lo que denomi­namos ser “abertzale”– que a algunos puede parecerles voluntaris­ta, no puede entenderse la fuerza y el desarrollo actual que ha alcanzado. No puede entenderse tampoco la reivindicación de la reunificación de las dos partes de nuestro país. Y esto es importante: la lucha nacional no es sólo revolucionaria en Euskadi porque de hecho sucede así, sino porque un pueblo y unos sectores de ese pueblo –llenos de contradicciones, es cierto– han querido, han combatido y muchas veces han muerto porque sea así.
Todo esto implica que la revolución vasca no es sólo una revo­lución económica (socialista) y política (creación de un Estado), sino también cultural, es decir, de creación de unas formas nuevas que potencien ese renacimiento y esa reconstrucción del pueblo vasco a todos los niveles: lengua, cultura, arte. En este aspecto de la teoría de la revolución vasca habrían de conjuntarse tanto las aportaciones de la ciencia moderna como las provenientes de la idiosincrasia y caracteres peculiares de nuestro pueblo,
Todo esto es lo que define la revolución vasca corno diferencial, como original dentro del abanico de naciones y pueblos del mundo. Pero Euskadi reproduce muchas otras características de otros pueblos; Euskadi está unida por unos lazos históricos y económicos a los pueblos vecinos, tiene unos intereses políticos comunes con otras naciones oprimidas. Euskadi, en este sentido, tiene mucho que reco­ger de otras experiencias revolucionarias.
El abanico de las clases vascas es similar al de la mayoría de los pueblos de la Europa occidental, al menos en sus características fundamentales: una clase dominante totalmente internacionalizada cuyos intereses están por encima de las fronteras de los Estados y una clase obrera industrial fuerte y cohesionada junto a otros secto­res sociales en proceso de proletarización. En ese sentido, la teoría .de la revolución vasca habrá de recoger los elementos fundamenta­les inspiradores de la teoría marxista-leninista, es decir, la teoría de la toma del poder político por un bloque de clases objetivamente revolucionarias (campesinado-proletariado en Rusia, conjunto del P.T.V. en Euskadi) dirigidos por la clase obrera, así como de las experiencias posteriores que le han ido enriqueciendo (revoluciones china, cubana, vietnamita). Decimos bien “recoger los elementos fundamentales”, ya que una de las mayores preocupaciones al elaborar dicha teoría ha de ser la de evitar caer en dogmatismos y apli­caciones esquemáticas de cualquier tipo que ahogarían su dinámica; convirtiendo su elaboración en una discusión académica de citas de patriarcas.
La teoría revolucionaria vasca también habrá de tener en cuen­ta que Euskadi no está aislada y que el triunfo de la revolución vasca va unido, en una primera fase, al nivel que alcancen los procesos revolucionarios de los otros pueblos del Estado español y, en una segunda, al de todos los pueblos y naciones oprimidas de Europa.
Euskadi es hoy la vanguardia incontestable de los pueblos de la Península Ibérica, pero es de nuestro interés que ese avance sirva de acicate y de dinamizador para los demás, y que, de ahondarse excesivamente la diferencia que nos separa de ellos, el propio proce­so revolucionario vasco se verla afectado. Que Euskadi libre y socia­lista no podrá ser estable mientras los pueblos que la rodean no lo sean también, y eso ha de definir lo que significa una práctica verda­deramente internacionalista para un pueblo oprimido.
Resumiendo todo lo dicho, podemos afirmar que la revo­lución vasca y el partido que la dirija tendrán como una de sus tareas fundamentales la elaboración de una teoría propia de esa revolución, basada tanto en las características dife­renciales de Euskadi (revolución en una nación oprimida den­tro de un Estado industrialmente desarrollado), como en aportaciones provenientes de otras experiencias históricas (y no sólo de las que han triunfado) y que ha de cubrir sus aspectos económicos, políticos y culturales.


SOBRE LA LINEA ESTRATEGICA DEL PARTIDO
Respecto a la estrategia, hay que decir que tampoco existe en Euskadi una estrategia elaborada para la toma del poder por la clase obrera y todas las clases populares. En ETA han estado siempre claros los objetivos finales, pero muy pacas veces se ha desbrozado el camino que habría de llevar a ellos. Se ha hablado de la insurrec­ción, de la guerra popular, pero no se han delimitado las fases por las que habría que atravesar antes.
El gran principio inspirador de la práctica de ETA, el único que configura lo que puede ser una estrategia, ha sido el principio de acción-represión. acción: A la acción, al principio evidentemente minoritaria, del grupo de vanguardia correspondía una respuesta (represión) por parte del aparato militar del Estado; esta respuesta, al caer sobre el conjunto del pueblo, producía en éste un fenómeno de concienciación que ante la nueva respuesta (acción) del grupo de vanguardia debía ir aumentando la base política de éste y acercarlo al pueblo, De este modo, a través de una dinámica cada vez más rá­pida, cada vez con un mayor grado de acción (y de represión) habría de llegarse al último momento de esa dialéctica que habría de ser la insurrección popular armada.
Este esquema pudo revelarse acertado durante los primeros años de lucha de ETA, pero los siguientes han venido a demostrar su total inviabilidad, al menos como estrategia central. Un proceso revolucionario es algo mucho más complejo y diversificado, en el] cual influyen factores de muy diverso tipo, y cuyo desarrollo no es lineal. Lo que ha sucedido en realidad (y lo que no se tenla en cuenta) ha sido que la represión no sólo ha producido el efecto de una con­cienciación en el pueblo (positivo), sino también un efecto (negativo) de desarticulación de la vanguardia, desarticulación que impedía que el proceso continuara con un aumento de nivel. Lo que se produ­cía en lugar de ello era un tiempo de estancamiento hasta que se volvía a empezar al mismo nivel que antes. La dinámica acción-represión es eficaz en los momentos iniciales de evidenciación y agudización de contradicciones, pero tiene un techo e partir del cual ni la lucha de masas ni la lucha armada son capaces de avanzar. Y esto se ha demostrado claramente en Euskadi.

La forma como se ha de plantear la estrategia de la revolución por parte del partido que proponemos no es, pues, un ascenso lineal del nivel de lucha hasta la insurrección, sino un proceso que ha de atravesar por diversas fases, la primera de las cuales parece dibujarse claramente coma una etapa democrático-burguesa. El partido habrá de plantearse en consecuencia la estrategia a adoptar frente a esta etapa, teniendo en cuenta su carácter de transición.
Lo primero que ha de definir el partido revolucionario de los trabajadores vascos son los objetivos estratégicos hacia los cuales se ha de dirigir el procesa revolucionario vasco. Si hemos afirmado su carácter de revolución socialista y revolución nacional, esos objetivos finales han de ser la toma del poder por las clases populares, dirigidas por la clase obrera, contra la actual clase dominante, la oligarquía, y en el marco de un Estado propio para Euskadi. Hay que tener en cuenta que ambas conquistas han de venir parejas. No son concebibles, ni una revolución estatal que diera posteriormente la libertad a Euskadi, ni una independencia inter clasista y burguesa, una vez conseguida la cual empezarla la lucha por el socialismo.
Estos son los objetivos fundamentales de la revolución vasca y un partido que intente dirigirla tiene que definirse claramente por ellos, aunque hoy no sean aspiraciones subjetivamente sentidas por la inmensa mayoría del pueblo vasco. El partido habrá de ser también consciente, y así habrá de afirmarlo, de que esa revolución no será posible sin la des­trucción de la oligarquía como clase, lo que entrañará la necesidad de utilizar la coacción militar contra ella.
Una vez afirmados estos principios el problema está en plantearse las sucesivas fases por las que haya de pasar ese proceso. Es evidente que no va a ser posible preverlas totalmente, que pueden sobrevenir cambios inesperados, y por ello lo más urgente hoy es definir la estrategia a adoptar frente a la primera de ellas, frente a la fase democrático-burguesa.
La transformación del actual régimen fascista en un régimen democrático-burgués de tipa occidental significa un paso atrás por parte de la oligarquía y un avance por parte de las clases populares de todo el Estado.
Cuando se dé definitivamente, esa transformación no habrá sido sino un producto de la lucha y sufrimientos de todos los pueblos del Estado, pero también habrá sido, en un último momento, una maniobra de la oligarquía para adoptarse a una nueva situación y mantener lo más intacto posible sus privilegios; maniobra que, a juzgar por las crisis y vacilaciones de la política de reformas, está por otra parte lejos de llevarse de una forma coherente. El paso del pro­tagonismo de las luchas en la calle a las reuniones y cenas a alto nivel (excepto, todavía, en Euskadi) lo marca claramente: las manifestaciones más duras de la lucha de clases (causante real de esa transformación) están siendo sustituidas por las negociaciones entre los estados mayores del Gobierno y la oposición (que se hacen pasar por los verdaderos protagonistas del cambio).
Este paso atrás de la oligarquía está, pues, complementado con su intención posterior de dar dos o más pasos adelante que le permi­tan recuperar terreno. La transformación del régimen hacia la democracia burguesa es el intento de cambiar la dominación de la oligarquía basada en la coacción física (represión, aparatos represivos del Estado) por una dominación basada en el consentimiento, es decir, en la aceptación, por parte de las clases explotadas, de las reglas de juego que les impone la clase dominante; los medios empleados aquí son predominantemente ideológicos: la ilusión de la democracia, las libertades formales, las instituciones parlamentarias, los aparatos ideológicos del Estado. Es evidente que la coacción física no desaparece, pero pasa de ser el elemento dominante a ser un elemento secundario, sobre todo en la medida en que el sistema se estabiliza.
La estrategia fundamental del partido se centra en evidenciar la democracia burguesa como lo que es, una fase de transición, e impedir que se consolide como un sistema estable en el cual incluso la lucha de clases encuentra unos cauces apropiados para su expresión (como pretenden todos los socialdemócratas y revisionistas europeos)
No es planteable en ningún modo una estrategia de ataque frontal. Ello sería un suicidio político para la vanguardia, tanto porque la conciencia subjetiva del pueblo no está preparada para ello como porque, realmente, es una conquista lograda por su lucha y como tal, es positiva.
Si en la fase anterior —la actual todavía— de fascismo, el papel de la vanguardia estribaba en evidenciar y agudizar las contradicciones sociales y políticas, en esta fase le corresponde el papel el de organizar de la forma más concrete y eficaz posible a la clase obrera y a todas las clases populares y dotarles de una conciencia subjetiva del papel que han de protagonizar en la revolución. En esta fase un partido es tanto más dirigente cuanto mayor es su capacidad de organización y es tanto más revolucionario cuanto más aprovecha esa capacidad organizativa para desentrañar .y hacer evidentes las contradicciones y las limitaciones de la democracia burguesa.
Decimos esto porque un régimen democrático-burgués, brindase saben utilizarse sus resortes jurídicos, unas posibilidades enormes a esa capacidad de organización. Ahora bien, si esa capacidad organizativa, si las estructuras cada vez más complejizadas con que esta se va desarrollando, se apoyan exclusivamente en el espacio que delimitan las reglas de juego de la democracia burguesa, en definitiva, si únicamente privan los criterios de “eficacia”, los resortes jurídicos que al principio “eran utilizados”, se convierten en un sistema autónomo que condiciona totalmente esa capacidad organizativa y las estructuras que ella produce. En definitiva, el verdadero criterio de “eficacia revolucionaria” no está en las posibilidades de organización que brinda la democracia burguesa, sino en la capacidad de cuestionar, a partir de ellas, las propias reglas de juego por las que se rige el sistema.
La trampa en la que ha caído, por ejemplo, el PC italiano es  precisamente, que se está evidenciando, frente a la corrupción demócrata-cristiana, como la organización más eficaz para la gestión municipal y gubernamental, pero dentro de la democracia burguesa, sin poderse salir ni lo más mínimo de sus cauces.
La estrategia que el partido ha de adoptar frente a la democracia burguesa ha de ser, pues, la de una participación activa en todos los cauces que brinda, pero al mismo tiempo, en la potencialización de organismos autónomos de poder popular a todos los niveles
Esto se refiere especialmente a todo lo relacionado con las prácticas electorales, pilar fundamental del consentimiento (y de la alienación) de un régimen democrático-burgués. Hay que participar,  es evidente, hay que intentar ganar, pero no hay que olvidar que la oligarquía será la primera en violar sus propias reglas de juego si la relación de fuerzas comienza a serle desfavorable: empezando con el terrorismo de extrema derecha y terminando, si les es posible, con un nuevo golpe fascista. Evidentemente, uno de los principales papeles de la lucha armada será el de consolidar y hacer irreversibles las conquistas populares frente a las agresiones del enemigo, pero no hay que pensar que ello será un remedio total contra el reformismo. La política revolucionaria del partido tendrá que mostrarse sobre todo en la forma como éste (o los organismos que potencie) va a participar en el fuego democrático-burgués.
Hemos hablado de la Unidad Popular Abertzale como instrumento más adecuado para la participación de la izquierda abertzale en la dinámica electoral. Ahora bien, el papel de la Unidad Popular Abertzale va mucho más allá de esa función.
Nosotros concebimos la Unidad Popular Abertzale como el instrumento estratégico de masas para la revolución vasca. En efecto, si el papel del partido revolucionario es el de llevar la dirección del proceso revolucionario –dirección que no significa dirigismo, sino potenciación en todo momento de las alternativas que más interesan a la clase obrera y a las clases populares vascas- el papel de la Unidad Popular Abertzale  ha de ser el de organizar en su seno a las masas vascas, según el nivel de conciencia que éstas posean en cada momento. La Unidad Popular Abertzale es, pues, el instrumento a través del cual las masas vascas han de participar activa y directamente en la construcción de su propia historia y de una nueva sociedad para Euskadi. La Unidad Popular Abertzale ha de construir el organismo de contrapoder de las clases populares vascas. Actuará, por una parte, a través de los mecanismos electorales, potenciando aquellos candidatos más representativos de las clases populares vascas y, por otra, como elemento dinamizador de todas las luchas que nuestro pueblo lleve a cabo. Tendrá que mantener su propia estructura, a base de asambleas y representantes elegidos en ellas.
La revolución vasca no se hará ocupando las actuales estructuras del Estado ni reproduciendo a escala de Euskadi las estructuras de un Estado burgués, sino creando unas estructuras propias, unas formas de poder propias, que respondan tanto a los intereses de las clases populares como a las particularidades nacionales del pueblo vasco –que se ha plasmado históricamente en formas propias de organización y en las cuales interesa recuperar muchos elementos-. Será tarea de la Unidad Popular Abertzale el combinar la participación en los cauces que brinda la democracia burguesa con la creación y potenciación de esas nuevas formas organizativas.
Las dos consignas centrales que nosotros proponemos para la Unidad Popular Abertzale son: liberación nacional y poder popular. La segunda ha quedado explicada con lo que hemos dicho en los párrafos anteriores sobre potenciación de organismos autónomos de las clases populares vascas.
Respecto a la consigna de liberación nacional, el contenido que nosotros le damos es el de una lucha por conseguir la máxima libertad para el pueblo vasco concretizando ésta en el máximo grado de autogobierno posible en cada momento y en no supeditar en ningún caso los intereses del pueblo vasco a otros ajenos a él. Creemos que la Unidad Popular Abertzale no debería mencionar entre sus princi­pios centrales la consigna de independencia, formulada como tal, y ello por tres razones:
–               Porque existen en Euskadi amplios sectores de gente que se siente abertzale, es decir, que lucha contra la opresión nacional y quiere la libertad para Euskadi, pero no tiene una conciencia clara­mente independentista, es decir, de la necesidad de un Estado vasco como única solución al problema nacional. Esto es especialmente válido para las zonas de Euskadi donde la conciencia nacional es menor o está menos radicalizada, y una organización de masas debe de tenerlo en cuenta.
–                 Porque a nivel electoral es necesario un instrumento cuyas formulaciones públicas sean lo suficientemente amplias y ambiguas como para poder entrar en unas normas legales que pueden ser limi­tadoras, y ser capaz además de aglutinar a sectores mayoritarios de la población vasca tras sus candidaturas.
–                 Porque no tiene sentido dar, en el aspecto nacional, una formulación totalmente concreta –la creación de un Estado propio– cuando en el aspecto social las formulaciones van a tener que ser también ambiguas, so pena de caer en un organismo que no sea de masas, sino que sea un partido político disfrazado.
Lo que no tendrá que hacer, evidentemente, la Unidad Popular Abertzale es formular soluciones concretas al problema nacional contrarias a la independencia, sino limitarse a apoyar en todo momento unas consignas de autogobierno, auto-organización y libertad nacional que vayan haciendo que el pueblo vasco asuma por sí mismo su propio destino histórico.


SOBRE LA ORGANIZACION INTERNA DEL PARTIDO
Un partido que pretenda asumir el papel dirigente del proceso revolucionario vasco ha de ser, evidentemente, un partido fuerte­mente cohesionado organizativamente, y con una gran coherencia ideológica y política. Consecuentemente, el principio fundamental sobre el cual ha de basarse su organización y disciplina interna es el centralismo democrático.
No es necesario explicar lo que significa este término, ya clásico en la historia de los partidos de la clase obrera, pero querríamos aclarar los dos elementos complementarios en los que se sustenta, verdaderos principios fundamentales de lo que es una dirección revolucionaria:
“Centralismo”, lo que quiere decir una actuación coordinada en todos los campos de lucha y una disciplina militante, que deben hacer del partido un instrumento eficaz para la dirección revolucionaria.
“Democrático”, lo que quiere decir basado en un debate político interno constante, en el que han de participar todo los militantes y a través del cual el partido ha de saber analizar, tanto la situación política objetiva, como la conciencia subjetiva que de ella tienen las masas, y que ha de ser la garantía de que no se alejen de éstas.
La existencia de este debate interno no significa en absoluto el admitir diferentes tendencias organizadas dentro del partido, ya que ello conduciría a una división y a la pérdida de la homogeneidad ideológica y política.
Para conseguir esto, el partido deberá funcionar a base de Comités en lugar de hacerlo —como sucede en ETA por razones de clandestinidad— a base de responsables individuales liberados. Este funcionamiento permite, por una parte, una agilidad mucho mayor y, por otra, es la mejor garantía de que ese debate político interno se realice.
Otro elemento importante ha de ser una amplia autonomía para los Comités locales y zonales del partido para llevar a cabo todo tipo de iniciativas, dentro de la línea política general del mismo. De lo contrario, a más de no existir una capacidad de respuesta rápida a los acontecimientos, se fomenta una tendencia a la burocratización.


SOBRE LA LINEA POLITICA DEL PARTIDO
Queda por definir lo que ha de ser la línea política táctica del partido, sus programas de intervención concretos a todos los niveles. Aquí pensamos que el terreno está más elaborado por la práctica que ha venido desarrollando durante los últimos meses ETA; práctica que, desde el punto de vista de la línea política, se ha demostrado como la más correcta de las planteadas no sólo dentro del campo abertzale socialista, sino en el conjunto de las fuerzas políticas que operan en Euskadi. La línea política que ha seguido nuestra organización y que, en sus rasgos fundamentales, tendría que retomar el partido, se basa en dos ejes principales:
—  La potenciación de organismos de masas de carácter abertzale, a abertzale, a todos los niveles en los que se plantean luchas de tipo reivindicativo o popular: LAB, IAM, Herri Batzar, etc…
—  Un programa de alternativa cara a la ruptura democrática y una alianza táctica de todas las fuerzas políticas dispuestas a impulsarlo, con la potenciación de un bloque de izquierda abertzale en su seno.
Ambos puntos han sido ya discutidos abundantemente dentro de ETA y, por tanto, no vamos a extendernos aquí sobre ellos.


LA UNIDAD POPULAR ABERTZALE
Hemos definido un partido que ha de llevar adelante le dirección del proceso revolucionario, un partido que ha de llevar adelante la dirección del proceso revolucionario, un partido que ha de elaborar una teoría y estrategia propias para ese proceso. Ahora bien, la tarea del partido no es únicamente e] elevar el nivel de conciencia denlas masas, el marcar unas directrices concretas por las cuales la revolución ha de seguir la vía más eficaz; la tarea del partido es también la de crear unos instrumentos organizativos para que las masas, en la situación en la que en cada momento se encuentran, participen de una forma activa y organizada en ese proceso. Si estos instrumentos no se crean, el partido queda reducido a un grupo cerrado sobre sí mismo y sin posibilidad ninguna de hacer dirección política.
Estos instrumentos son las organizaciones de masas. Estas sur­gen allí donde las masas lanzan una reivindicación y toman, desde las formas más elementales —pero no por ello menos combativas, el caso de Gazteiz está para probarlo— de unos Comités de obreros en una huelga, de carácter coyuntural, hasta otras de carácter más complejo y de tipo estable.

Hemos hablado ya de las organizaciones de masas en una línea abertzale que ETA ha potenciado y que el partido a su vez tendrá que apoyar: LAB, IAM, Herri Batzar. Ahora bien, la lucha de masas que se lleva hoy en Euskadi no es exclusivamente de tipo reivindicativo; de las mayores movilizaciones que han tenido lugar en Euskadi muchas lo han sido por móviles directamente políticos. Desde este punto de vista, se hace precisa la creación de organismos de masas agrupados en torno a objetivos de tipo político.
Existe, además, otra razón por la cual se hace absolutamente necesaria la creación de ese nuevo organismo, la Unidad Popular Abertzale: la participación en el juego electoral.
Para el próximo mes de noviembre están anunciadas elecciones para renovar la mitad de los concejales; la primavera siguiente tendrán lugar las elecciones para la Cámara baja; todo ello, según el programa de reformas de la monarquía. Es evidente que en la situa­ción de hoy, un partido como el que propugnamos, independentista y revolucionario, se va a ver imposibilitado para participar en ellas, ya que se encontrará, muy posiblemente, en situación de ilegalidad.
Pero el problema de la participación en el juego electoral no se plantea solamente en este periodo de transición en el que gran parte de los partidos de izquierda pueden ser todavía ilegales, sino también en una situación futura democrático-burguesa en la cual todos los partidos estarían autorizados,
En efecto, la dinámica electoral está forzosamente limitada por los condicionamientos sociales, políticos e ideológicos. En la dinámica electoral cuenta lo mismo la opinión de un luchador revoluciona­rio que la de una persona cuya única actividad política se reduce a la de votar una vez al año. ¿Significa eso que el papel que tanto uno como otro juegan es de la misma importancia para la revolución? No, por supuesto. ¿Significa eso que el papel que tanto uno como otro juegan es de la misma importancia para la revolución? No. por supuesto. ¿Significa, entonces, que el juego electoral hay que despreciarlo por ser algo que sólo beneficia a las clases dominantes? Evidentemente, tampoco.
El juego electoral es uno de los medios a través de los cuales la política de los revolucionarios tiene que hacer accesible al pueblo, planteando en cada momento las alternativas y reivindicaciones que éste siente como propias. Por ello no tiene que hipotecar en absoluto, ni los principios estratégicos que el partido defiende, ni su conciencia de que el juego electoral no es sino uno de los medios que tiene para hacer política dirigente.
Mientras la conciencia de una gran parte de las masas vascas no sea, por ejemplo, claramente independentista y revolucionaria, un partido que defienda esos principios no pasará de tener un número reducido de votos. Sin embargo, un organismo más amplio, en el cual entren diferentes tendencias y que se defina por unos principios más generales, más adecuados al nivel en el que se encuentra la con­ciencia de las masas: liberación nacional y poder popular, por ejem­plo, tendría una incidencia mucho mayor a ese nivel.
Puede plantearse el problema de si hay contradicción entre ambas cosas, de si el hecho de crear un organismo que, por ser más amplio sea forzosamente más ambiguo, no implica el renunciar de hecho, a los objetivos estratégicos del partido, la independencia y la revolución socialista.
Nosotros pensamos que no, que no sólo no hay contradicción entre ambas cosas, sino que, al contrario, una complementa a la otra. Una Unidad Popular Abertzale, en torno a unos objetivos de liberación nacional y popular, dinamizados por un partido de traba­jadores, independentista y revolucionario, no va a servir para hun­dir entre las utopías imposibles la reivindicación de la independen­cia, sino, al contrario, para demostrar que aquellos que luchan por una forma más consciente y completa por la liberación de Euskadi como pueblo son, precisamente, los que defienden la necesidad de su independencia nacional.


 SOBRE EL PROCESO DE CONSTITUCION DEL PARTIDO
La urgencia dengue este partido se ponga en marcha es algo que todos percibimos y que se hace tanto mayor cuanto que los pasos progresivos de /a reforma del Gobierno van abriendo cada vez más puertas a la oposición moderada. Ahora bien, un partido no se mon­ta de la noche a la mañana: es necesario un proceso previo de clarificación, de debate. Nos encontramos pues con una primera necesi­dad: crear unos cauces para que ese debate se desarrolle.
En ese sentido pensamos que aunque uno de los motivos por los cuales hay que potenciar el partido es la necesidad de adecuar las actuales estructuras de ETA, no es ETA —o los militantes de ETA que desarrollen labor política— solamente quien tiene que montarlo. Existen numerosos luchadores revolucionarios abertzales no encua­drados en ETA, bien independientes, bien miembros de otras organi­zaciones, que pueden compartir —y de hecho comparten— las opinio­nes que hemos suscrita sobre la necesidad del partido. El debate, pues, tiene que ser un debate abierto dentro del conjunto de la izquierda abertzale, aunque la iniciativa fundamental haya partido de ETA.
Sin embargo, la urgencia de la que hablábamos antes obliga a que ese partido tenga que empezar a trabajar, a lanzar propuestas, a salir a la luz pública, en definitiva, mucho antes de que ese debate haya concluido, antes de que su teoría y su estrategia estén elabora­das totalmente.
En este sentido se ha lanzado ya en algunos sectores la idea de un reagrupamiento o Convergencia cara a la constitución del Partido, Convergencia que no se limitaría al debate ideológico y teórico, sino que estaría capacitada para tornar opciones políticas como organización en la medida en que se fueran clarificando en su interior.
Nosotros estamos sustancialmente de acuerdo con dicha propuesta en la medida en que puede ser una fórmula eficaz tanto de instrumentalizar el debate como de poder empezar a cubrir el hueco político del partido.
Ahora bien, pensamos que esta Convergencia deberla hacerse en torno a unos puntos mínimos más clarificados que la simple con­vicción de la necesidad del partido o que una proclamación de izquierda abertzale. Estos puntos mínimos configuraran el marco dentro del cual el debate habría de ir esclareciendo una teoría y una estrategia revolucionarias cada vez más claramente elaboradas.
A nuestro juicio, los puntos mínimos sobre los cuales tiene que basarse dicho reagrupamiento o convergencia son los siguientes:
1) La creación de un partido independentista y de estrategia vasca, es decir, un partido que propugne la instauración de una estado vasco reunificado como única solución definitiva a la opresión nacional, y que reconozca a Euskadi como un marco nacional autónomo para la lucha de clases y, como tal, para la revolución.
2)   La creación de un partido revolucionario de la clase obrera, es decir, un partido que propugne la conquista del poder por parte de las clases populares bajo la dirección de la clase obrera y la instauración de una sociedad socialista, empleando para ello, cuando se hagan necesarias, la violencia y la coacción contra la clase dominante.
3)   La creación de un partido que propugne, dentro de la democracia burguesa, una estrategia de poder popular, basada en la potenciación de los organismos autónomos de las clases populares vascas,  que les dé prioridad sobre las formas de participación en la mecánica electoralista y que reconozca el derecho del pueblo a defenderse de las agresiones violentas dirigidas contra sus conquistas nacionales y de clase.
4)   La creación de un partido basado en los principios del centralismo democrático y con una fuerte cohesión ideológica y política interna.
Creemos que estos puntos mínimos pueden recoger las líneas generales del debate que se ha de desarrollar, tanto dentro como fuera de la organización, siendo al mismo tiempo una garantía —no la única, por supuesto— de que el futuro partido no vaya a caer en las vías del reformismo.


CONCLUSION
Las tesis que a lo largo de estas páginas se han avanzado podrán parecer quizá sorprendentes para muchos: se afirma en ellas la necesidad de unos cambios muy profundas en lo que ETA tiene que ser a partir de ahora, cambios que no van a dejar de chocar con una mentalidad que todos nosotros hemos contribuido a crear. Pero no es menos cierto que provienen de un análisis a partir de la prácti­ca que ha llevado ETA y que no pretenden ser sino una nueva expre­sión —más adecuada a las condiciones actuales— de la tradición de lucha que ETA ha llevado en el seno de nuestro pueblo. Como tales, y no como intentos de desvirtuar o de liquidar esa tradición de lucha, es como deseamos que sean analizadas y discutidas por la militancia y por todos aquellos quienes las lean.
Tal como hemos dicho ya a lo largo del trabajo, a continuación de éste, que se ciñe exclusivamente al estudio del partido, ha de elaborarse una segunda parte que analizará el papel que la lucha arma­da en general, y la actividad de ETA en particular, han jugado en el proceso revolucionario vasco, y que tratará de exponer, por una par­te, las perspectivas sobre las que se ha de situar esa lucha armada a partir de ahora, y, por otra, las formas de coordinación entre la lucha política y la lucha militar, entre la organización política, el partido, y la organización armada, el ejército, ETA.
Euskadi, 7 de julio de 1976,
OTSAGABIA