martes, 24 de enero de 2012

Jruschov obvió la sucesión preparada por Stalin

La casa editorial “Patriot” ha publicado el libro de V. Dobrov titulado “El asesinato del socialismo o cómo fueron desautorizados los sucesores designados por Stalin (Libre reconstrucción de las actas de una serie de mesas redondas)”. Reportamos un retazo de la obra concerniente a uno de los momentos más trágicos de nuestra historia.

“¿Georgi, qué ha pasado? Pensaba que eras un verdadero amigo… ¿De dónde han salido estos personajes? Al menos podías haberme advertido de los cambios.” Nikita Jruchov, secretario del Comité Central y jefe del comité del Partido de Moscú, estaba realmente preocupado. También su interlocutor Georgi Malenkov, miembro de larga fecha del Buró Político como responsable del trabajo de cuadros, se había quedado muy sorprendido por la promoción de hombres nuevos a la dirección del Partido en base a las decisiones del XIX Congreso que se había apenas concluido. Generalmente Stalin se consultaba con ellos y con los restantes más estrechos colaboradores antes de efectuar cualquier cambio de cuadros. Esta vez, en cambio, había mantenido en secreto sus intenciones hasta el último momento. Fue un golpe duro y Malenkov se lo confesó abiertamente a Nikita, a quien no escondía nada, porque lo consideraba de los “suyos”. Malenkov, al igual que otros integrantes del Buró Político, miraba a Jruchov por encima del hombro; tan limitado y mediocre le parecía este protegido de Stalin. En realidad conocía bien la real actitud del “jefe” con respecto a Nikita, cooptado en el Buró Político solo por su méritos de “dedicación”, capaz de acatar con rapidez y determinación cualquier disposición de Stalin, sin pararse frente a nada y mostrando a veces una crueldad inaudita… Stalin por su parte, no daba el menor crédito a Jruchov como hombre político, evidentemente recordando su pasado trotskista y su inclinación por el aventurismo de izquierda. Por eso era que también los otros miembros del Buró Político, que con los años habían aprendido a captar al vuelo los humores predominantes del líder, manifestaban ante él una actitud como mínimo paternalista…
De todas formas, el mismo Malenkov y los demás representantes de la cima del Partido estaban preocupados no menos que Jruchov por el cariz que habían tomado los acontecimientos después del XIX Congreso y tenían motivos fundados.
El XIX Congreso del Partido, que se celebró en octubre de 1952, se inició como de costumbre de la forma más tranquila: después del tradicional reporte al Comité Central subsiguieron las intervenciones y todas con las pautas de las más recientes tesis expresadas por el “gran líder y maestro”, pero de pronto se perfiló una auténtica revolución de cuadros. Stalin, que parecía tener la máxima confianza en sus más estrechos colaboradores, inesperadamente lanzó un duro golpe contra ellos… Propone así al Congreso de votar por una composición del Comité Central fuertemente ampliada y renovada mediante el ingreso de elementos casi desconocidos. Además, en el Plenum, el cual se convoca inmediatamente después, se aumenta en 2,5 veces el número de miembros del Presidium del Comité Central. Seguido a este masivo aflujo de jóvenes cuadros, provenientes sobretodo de las estructuras locales y de jóvenes estudiosos de ciencias sociales, la “vieja guardia” se encontró sustancialmente en minoría. Si se tiene en cuenta que en aquel plenum Stalin criticó abiertamente a Molotov y a Mikoyan, que parecían ser los dirigentes más cercanos a él, excluyéndolos así del grupo de sus posibles sucesores, parece claro que la “vieja guardia” tenía los días contados y estaba por ser sustituida por las nuevas generaciones.
El golpe fue realmente inesperado, aunque se había preparado mucho antes del congreso y Stalin no había ni siquiera escondido sus intenciones. Sin embargo sus colaboradores, juzgando evidentemente sobre la base de sus propios caracteres, consideraban que el líder, que ya pasaba de los setenta años y en condiciones físicas precarias, difícilmente habría osado efectuar cambios drásticos. Así de chocantes y dolorosas resultaron para ellos las últimas decisiones de la rotación de cuadros.
Jruchov, que había comprendido exactamente el humor de la mayoría, no por casualidad fue a ver al influyente Malenkov. Con su visita, Nikita quería dar a entender sin sombra de dudas que en el inevitable enfrentamiento con los candidatos de Stalin, él estaría de la parte de la “vieja guardia”. Su apoyo le convenía a Malenkov, ya que en el congreso había habido una señal alarmante y no actuar habría significado aceptar las decisiones asumidas por “el guía de los pueblos” y la pérdida inminente de los propios cargos por parte de Malenkov y de los dirigentes de la “vieja guardia”.
En mayo de 1948, después que Zhdanov había dejado la dirección de la Secretaría del Comité Central por motivos de salud, se nombraron como secretarios de CC dos representates de la nueva generación: A. Kuznecov, jefe del comité del partido de Leningrado, y P. Ponomarenko, primer secretario del CC del Partido Comunista Bielorruso. Al primero se le encomendó la atención de los asuntos de la industria, al segundo la de los asuntos de la planificación estatal, de las finanzas, del comercio y del transporte. Durante la discusión que se llevó a cabo en el Buró Político sobre este punto, Stalin afirmó que se precisaba cooptar en el Secretariado del CC del Partido algunos jóvenes dirigentes de las organizaciones locales y republicanas dotados de una adecuada instrucción y de la necesaria experiencia de trabajo. “Tienen que tener en cuenta nuestra experiencia mientras estemos vivos, - subrayó – y aprender a trabajar en la dirección central”. Se hace evidente que Stalin tenía intenciones de postular a uno de ellos como su sucesor. Molotov, el más cercano a Stalin en la dirección del Partido, resultaba así excluido del círculo de pretendientes. Ya había sustituido al “guía de los pueblos” durante el tiempo en éste estuvo enfermo y no había demostrado estar a la altura de un dirigente de Partido y de Estado, lo cual decidió su propio destino político. No solo estaba en juego la sucesión del líder. En una reunión restringida, Stalin propuso sin términos medios a todos los miembros de la dirección política, seleccionar entre sus funcionarios a cinco o seis personas capaces de sustituirlos cuando el CC lo hubiera considerado oportuno. Stalin retomó varias veces esta petición, insistiendo en la necesidad de satisfacerla. Naturalmente, estas propuestas no eran del gusto de los miembros del Buró Político, acostumbrados al poder, ligados a éste por los honores y privilegios. ¿Por qué tendrían que ser apartados, justamente ellos que habían asumido tareas dificilísimas? ¿Acaso habían trabajado mal? Además la juventud es un concepto relativo. La mayor parte de los miembros del Buró Político tenía menos de cincuenta años, con la excepción de Molotov, que seguía teniendo sus buenos 11 años menos que Stalin. En muchos países esta edad representaba el nivel mínimo para el comienzo de la carrera política y a los cargos más elevados se llegaba entre los sesenta y setenta años.
Se empezó entonces a murmurar que el compañero Stalin se había vuelto excesivamente “caviloso” y “receloso” y que ostentaba preocupación por su cada vez más debilitada salud. Pero nadie planteó abiertamente el problema, ni habría podido hacerlo. No solamente porque todos le tenían un miedo terrible al líder, que todavía a su avanzada edad sabía tener en mano la situación y que en los asuntos de Estado sobrepasaba en varias veces a sus colaboradores. En realidad, en lo profundo de sus almas, estos últimos reconocían lo correcto de las solicitudes de Stalin aunque eso sí, como sucede a muchos, no querían extraer de ello las necesarias y voluntarias “conclusiones organizativas”. Es difícil renunciar a los altos cargos, a los honores y a los privilegios.
La edad y la enfermedad no podían no influir en el comportamiento de Stalin. Sin embargo él advertía con más agudeza y profundidad la necesidad de un cambio en el grupo dirigente. Se trataba sobre todo de salvaguardar los intereses supremos del Partido y del Estado y en cuanto a esto para él no contaban nada las relaciones de amistad con las personas más cercanas. Si lo hubiese considerado necesario, Stalin no hubiera dudado en declarar “enemigos del pueblo” a sus colaboradores, con todas las consecuencias que se hubieran derivado de ello.
El viejo lider había entendido que la nueva situación que se creaba a los inicios de los años cincuenta necesitaba de nuevos enfoques y de nuevos hombres capaces de adoptarlos en la realidad. La era de las “emergencias” y de los “grandes líderes” pertenecía al pasado. La utilización de las ventajas objetivas del sistema socialista exigía ahora métodos totalmente diferentes que los usados en el pasado y sobretodo exigía el comprometimiento del intelecto y de la voluntad colectiva de los dirigentes y de todo el partido en la elaboración y actuación de las decisiones estratégicas. En otros términos, se trataba de pasar a una amplia democratización de la vida del Partido y de la sociedad, a una forma colectiva de dirección, de pasar por ejemplo a ese sistema que se trató de crear en China después de la muerte de Mao Tse Tung, que permitió llevar a cabo en este país un recambio eficaz e indoloro de las cúspides políticas.
Justamente este tema, el del empeño de los comunistas por la defensa de las libertades democráticas, cuya bandera había sido arrojada para siempre por la clase burguesa en el tanque de basura de la historia, fue desarrollado por Stalin en su canto del cisne, su intervención en el XIX Congreso del Partido, la última de su vida. Y en el Plenum del CC, convocado inmediatamente después del congreso, Stalin indicó claramente la necesidad de que la “vieja guardia” pasara los testigos del poder a las nuevas generaciones de comunistas. El trabajo de ministro, dijo Stalin en aquella ocasión, es un trabajo duro y requiere una contribución enorme de tensión y energía, lo cual los exponentes de la vieja guardia no están más capacitados para dar y debido a esto han tenido que ser liberados de sus cargos. Stalin habló también de la falta de unidad en la dirección del Partido, cosa que ya difícilmente se podía remediar. La única salida real era el paso del timón del Estado a una nueva generación de dirigentes, y se llamaba al Congreso a favorecer este traspaso. En efecto, ya antes del inicio del Congreso todos los miembros del Buró Político o habían perdido sus importantes cargos estatales o habían obtenido en cambio, cargos de prestigio pero de escasa influencia. Molotov por ejemplo, había sido exonerado del cargo de Ministro del Exterior y había sido nombrado por un cierto tiempo Vicepresidente del Consejo de Ministros, responsable de los ministerios para la metalurgia y la geología. Sucesivamente le había sido confiada la supervisión del Ministerio del Exterior, guiado por Vishinsky que sin embargo no admitía ningún supervisor por encima de él. Voroshilov fue encargado de ocuparse de la cultura, de la salud y de la Asociación de voluntarios para el apoyo al ejército, a la aviación y a la marina. Kaganovich ocupaba el cargo no muy importante de presidente del Gossnab (Sistema estatal de suministros). Andreiev había sido completamente excluido del olimpo del poder, a pesar de que poco antes se le hubieran confiado los importantes problemas de la agricultura.
Malenkov, Beria y Jruchov no habían sido todavía tocados por los cambios. Stalin consideraba que estaban a la altura de sus cargos. Para Beria más bien, muy superior a los otros miembros en cuanto a capacidad práctica y organizativa, se perfilaba una fuerte ampliación de poder, puesto que debería haber guiado el Ministerio unificado de la Seguridad del Estado y del Interior. Sin embargo, el advenimiento de jóvenes dirigentes a puestos cruciales rendía también su posición bastante insegura: no se podía saber hasta qué punto las nuevas generaciones habrían mostrado reverencia hacia los viejos cuadros y cuáles habrían sido sus exigencias.
El gobierno ya estaba controlado por los jóvenes promovidos por Stalin. Los tres cargos del Consejo de Ministros que atendían los ministerios y los entes decisivos estaban en sus manos. Stalin se reunía casi cotidianamente con Malishev, Pervuchin y Saburov, vicepresidentes del gobierno y responsables de los tres cargos, para discutir sobre los principales problemas económicos, de los cuales hasta entonces se ocupaban sus viejos compañeros del Buró Político. En el XIX Congreso el mismo Buró Político había sido sometido a una reorganización radical y rebautizado como Presidium del Comité Central: habían sido llamado 36 dirigentes para formar parte de éste, comprendido los secretarios del CC. Quedaba la composición estrecha del máximo órgano, el Buró del Presidium del cual formaban parte los representantes de la vieja guardia, incluida la probada y “combativa” troika formada por Malenkov, Beria y Jruchov, pero donde ahora los nuevos cuadros tenían claramente mayoría. Además de esto, el tránsito del estado de iure al de facto era inminente, porque el curso de los eventos lo hacía necesario…
A parte de la evidente tendencia hacia la ampliación de la cima del poder partidista, la “vieja guardia” parecía estar amenazada por otro peligro. En los últimos años el Consejo de Ministros había paulatinamente asumido el papel determinante. Los comités de partido ponían simplemente en práctica las decisiones del gobierno y de los ministerios. Después de la muerte de Stalin se hizo exactamente los contrario: el diktat del Partido, a menudo inapropiado e incompetente, decidía el desarrollo de los sectores reales de la economía. Durante la última fase de la dirección de Stalin, el papel de los especialistas que conocían bien la propia materia había sido determinante, mientras el Partido se limitaba a establecer las líneas estratégicas de desarrollo de la sociedad y se ocupaba del trabajo ideológico y de los cuadros. Stalin consideraba natural una semejante “división del trabajo”, la consideraba conforme a las enseñanzas de Lenin e invitaba a los bonzos del Partido a escuchar a los especialistas preparados e inteligentes y a aprender de ellos. Entre estos especialistas prevalecían los exponentes de las jóvenes generaciones que, convencidos de sus conocimientos y de su preparación moderna, no tenían muy en cuenta los méritos de los veteranos del Partido. Para estos últimos el peligro mayor derivaba de la probabilidad de que Stalin propusiese como sucesor suyo a un hombre perteneciente a la dirección del Partido, pero capaz al mismo tiempo de establecer sólidos contactos con esta juventud “tecnocrática”.
Al inicio el diálogo entre Jruchov y Beria no anduvo muy bien. Acostumbrado a tratar los problemas de forma práctica, Beria no gustaba de conversaciones vagas y alusivas. Jruchov, por su parte, no tuvo el coraje de enfrentar de inmediato el núcleo de la cuestión. Pero al final, se percató de la irritación de interlocutor y pasó a los hechos: “Laurenti, no me gusta el nombramiento de Ponomarenko. Por supuesto que sabe hacer bien su trabajo, pero para un puesto como el suyo se necesita la experiencia y la capacidad de ligar con las personas. Haría falta conocerlo mejor. El compañero Stalin quizás se ha precipitado demasiado”.
Jruchov había puesto el dedo sobre la llaga. Según el procedimiento habitual (que solicitaba a cada uno de expresar por escrito y separadamente la propia opinión sobre las propuestas de nombramientos), los miembros del Presidium del CC habían dado su consentimiento al documento para la designación de Panteleimon Kondratevich Ponomarenko para Presidente del Consejo de Ministros de la URSS. Stalin había hecho su propia elección: sobretodo en aquel momento el puesto de jefe de gobierno era decisivo, ya que aquí se concentraba la gestión efectiva del desarrollo económico y social del país. No por casualidad el presidente del Consejo de Ministro en cargos era el mismo Stalin.
Una vez asumido el cargo de jefe de gobierno, Ponomarenko se habría convertido de hecho en sucesor de Stalin, aún así no estando en el primer puesto de la jerarquía del Partido. También porque los puestos claves del gobierno estaban ya en las manos de las jóvenes generaciones y en una situación de ese tipo la “vieja guardia” no tenía la menor posibilidad de defender sus posiciones. Al final Ponomarenko había trabajado largo y tendido en el aparato del Partido, disponía de los suficientes resortes para influenciar las decisiones y no habría permitido que fuera utilizado para alejar del timón a los dirigentes jóvenes y capaces. Jruchov entendió todo esto antes que los otros y comenzó a tramar una pérfida conjura contra el sucesor de Stalin. Por otra parte, sabía bien que también Beria, Malenkov y los otros veteranos del Partido advertían el peligro, aún más cuando Ponomarenko en el pasado, ocupando todavía cargos secundarios, había sido capaz de predominar sobre ellos, potentes miembros del Buró Político.
En 1938, cuando era instructor del Comité Central, Ponomarenko no tuvo ningún temor de entrar en conflicto no solo con su jefe directo, el potente Malenkov, responsable del trabajo con los cuadros en el seno del Buró Político, sino incluso con Beria, que sucedía a Ezov en la guía del NKVD. Enviado a Stalingrado para verificar la validez de las acusaciones hechas a un grupo como enemigos del pueblo, pudo juzgarla de montaje después de minuciosos controles, y una vez obtenido el apoyo del secretario del comité regional Yujanov, ordenó la excarcelación inmediata de todos los arrestados. Y continuó insistiendo en sus posiciones incluso cuando Malenkov y los dirigentes de la NKVD lo amenazaron de procedimientos severos por abuso de poder. Stalin entra en conocimiento del hecho e inesperadamente, después de tirarle las orejas a Malenkov, le da la razón al joven instructor indicando incluso su conducta como ejemplo de “fidelidad bolchevique a los principios”.
Ya en los años de la guerra, Ponomarenko había salido vencedor en algunos enfrentamientos con Beria y Jruchov. El primero quería poner a su vice Serguenko a la cabeza del Comandancia del movimiento partisano. El segundo, que estaba a la guía de la organización del Partido en Ucrania, quería modificar en beneficio de su República las fronteras con Bielorrusia. En cambio fue Ponomarenko quien obtuvo la dirección de la Comandancia del movimiento partisano después de haber presentado al Buró Político un programa de actividades mucho más ponderado y ponderoso que el propuesto por el favorito de Beria. Jruchov, por su parte, no logró obtener la modificación de las fronteras ucranianas, ya que los argumentos de Ponomarenko, defensor de los intereses de Bielorrusia, resultaron mucho más convincentes y Stalin se lo dice sin términos medios a Jruchov, el cual se sentía seguro en sobresalir. Desde entonces el revanchista Jruchov, sintió solo odio por aquel “principiante”, tan insignificante según él, pero del cual el “guía de los pueblos” se mostraba bastante favorable. Poco instruido e incapaz de componer dos oraciones, éste estaba molesto sobretodo por la vasta cultura y por la preparación del dirigente político bielorruso, que junto a Zhdanov era considerado como uno de los pocos “intelectuales” en la dirección del país. Brézhnev, que conocía bien a los dos, definió a Ponomarenko como la antítesis de Jruchov, y efectivamente los dos eran en muchos aspectos antitéticos.
Antes de acudir a la conferencia de Potsdam, Stalin hace una parada en Minsk, donde tiene con Ponomarenko, jefe del Partido en Bielorrusia, una larga conversación al término de la cual le pide de acompañarlo. Este sin embargo declinó la invitación a causa de importantes obligaciones en su república y promete alcanzarlo más tarde. Si bien Stalin lo estaba esperando e incluso había preparado una casita junto a su residencia, Ponomarenko no llegó. La situación en Bielorrusia era en su opinión mucho más importante. Jruchov, al contrario, se hubiera precipitado hacia Stalin al instante, dejando de lado cualquier tipo de obligación…
El resultado de la conversación entre Jruchov y Beria fue un acuerdo recíproco para obstaculizar la llegada al timón del estado de los candidatos de Stalin, sobre todo de Ponomarenko. El astuto Jruchov, favorecido por su cargo de jefe del comité moscovita del Partido, logra el mismo acuerdo, silencioso pero claro, también con Malenkov.
La muerte de Stalin llega inesperadamente. Sobre las probables causas se han hecho numerosas y diferentes suposiciones. Como quiera que sea, resulta poco creíble la hipótesis de una eliminación violenta del líder por parte de sus colaboradores temerosos de una purga inminente. Stalin era un “dios”, cada dirigente tenía en la sangre, en el ADN, una especie de veneración y al mismo tiempo una sensación de miedo hacia él. Solamente un loco desesperado habría osado levantarle la mano y locos desesperados no existían en la dirección del país. Sin embargo el recambio en la dirección del Partido y del Estado promovido por el líder habría podido claramente inducir a la “vieja guardia” a dejar de lado las divergencias, las simpatías y las antipatías personales, y formar un frente único contra sus últimas decisiones. Y así sucede: ésta se unió y se jugó el todo por el todo.
Como se sabe, Stalin se apaga en el transcurso de pocos días. El 5 de marzo de 1953, cuando según los comunicados oficiales estaba todavía vivo, pero en condiciones desesperadas, se convoca en el Kremlin una reunión conjunta del Plenum del CC de PCUS, del Consejo de Ministros y del Presidium del Soviet Supremo de la URSS. La “vieja guardia”, preparada para la batalla contra los candidatos de Stalin por las densas y ocultas maniobras de Jruchov, activamente apoyado por Malenkov y Beria, se toma allí la revancha total. El Presidium ampliado del Comité Central se desmantela, con la consiguiente desautorización de los jóvenes cuadros y los exponentes de las jóvenes generaciones fueron expulsados también de la secretaría del CC. Al contrario, Molotov y Mikoyan fueron readmitidos en el Buró del Presidium del CC. Naturalmente, ninguno se acordó de las decisiones de Stalin de designar a Ponomarenko jefe del gobierno. Este fue para colmo expulsado de la dirección del Partido y condenado al declive: primero se le nombró Ministro de Cultura, después se le mandó a la lejana Kazajastán y al final se le colocó políticamente a reposar en una embajada en el extranjero. Perdieron también sus cargos decisivos Malishev, Pervuchin y Saburov, desplazados a ministerios poco importantes.
Se trató de un golpe al Estado y al Partido. La “vieja guardia” había logrado evitar la pérdida inminente de sus altos cargos, en la práctica ya decididos. El ascenso de hombres como Ponomarenko, Saburov, Pervuchin y Malishev representaba su condena política, les recordaba que su tiempo ya estaba pasado y que, sin quitarse nada de sus méritos, deberían hacerse a un lado. Pero los dirigentes del Partido habituados al poder, a los honores y al respeto no supieron resignarse a este destino. Y de esta forma regresaron al timón del Estado los representantes del pasado, hombres incapaces de dirigir el país con competencia y conocimiento de causa. En las bases de un estado potente y en fase de desarrollo dinámico se abrió la primera grieta que extendiéndose paulatinamente, habría llevado en pocos decenios al derrumbe del todo el edificio. Pero los colaboradores de Stalin, a diferencia del líder desaparecido, pensaban en última instancia en el país y en el pueblo.
El éxito de las tramas para la eliminación de los candidatos de Stalin consintió a Jruchov de conquistar posiciones políticas cruciales que jamás hubiera podido soñar. En la batalla subterránea para los más altos cargos, hecha a base de intrigas oscuras y golpes bajos, el enérgico, astuto e inescrupuloso Nikita se sentía perfectamente a sus anchas y se imponía con facilidad sobre sus colegas más torpes por medio de la vetusta costumbre de la observancia de los principios elementales de la vida del Partido y del Estado. Sobre el camino de la instauración del poder personal quedaba solamente un obstáculo: la contrariedad de Beria. Pero de éste, que se destacaba por sus cualidades prácticas y conocía los lados oscuros de las actividades de muchos miembros del Buró Político, la “vieja guardia” abrigaba sentimientos poco amigables. Jruchov naturalmente se aprovechó apelando al método experimentado de “convocar a las fuerzas ejemplares”. Después de Beria le llega el turno a los otros excolaboradores de Stalin que querían frenar al ambicioso Nikita en su carrera a la dictadura personal: en la nueva situación esta misma habría sido dañina para el desarrollo del país. Pero a estas alturas a esto ya no se le prestaba atención, los intereses de grupo, de clanes y de élites habían tomado la delantera a aquellos del estado y de la sociedad. A los máximos niveles de la dirigencia del país se habían impuesto esas “fuerzas y tradiciones de la vieja sociedad” contra las cuales Stalin había luchado despiadadamente.
Después de haber hecho fracasar el proyecto de Stalin de un traspaso “suave” del poder a las nuevas generaciones, la “vieja guardia” con sus propias manos se cavó la tumba en la cual pronto Jruchov la habría enterrado sin muchos esfuerzos. Y así un gran estado se encaminaba ineluctablemente al final, después que a su timón llegara un aventurero ignorante, incapaz de liberarse de los métodos trotskistas y de los mandos de la administración del país.
Fuente original: “Zavtra”, N° 12, 16.3.2003 http://zavtra.ru/cgi//veil/data/zavtra/03/487/61.html
Traducción del original al italiano: Stefano Trocini
Traducido al español a partir del texto en italiano
Fuente: http://www.aginform.org/dobrov.html

Tomado de El Socialismo es la solución

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