M.P.M. (Arenas) Resistencia núm. 48, marzo de 2000.
El fantasma del comunismo, como es bien sabido, siempre ha causado pavor a la burguesía, pero últimamente suele ésta presentarlo en público arrastrándolo por los cabellos, ya herido de muerte natural, como una especie en extinción (que dirían los más avezados en la materia) o bien en la figura de un ogro sediento de sangre y que se alimenta de niños crudos, sin pasarlos siquiera por la sartén.
También se dice de nosotros (y éstos son los más cultivados) que somos unos dictadores, que en cuanto se nos deja de la mano suprimimos de un golpe la libertad individual, que todo lo sometemos a la tiranía de un plan y que, en fin, nuestra organización se asemeja a una casa-cuartel de la que resulta imposible escapar y en la que se llevan a cabo continuos lavados de cerebro, etc.
La burguesía y otros vivales tienen motivos sobrados para escandalizarse, manifestar su temor ante la existencia del Partido proletario y para no ahorrar condenas ni calificativos que justifiquen su represión. Este es un buen síntoma que debemos celebrar por cuanto que demuestra que estamos en el camino justo, revolucionario.
Por lo demás, no debe sorprendernos que la mayor parte de los explotadores no se muestren dispuestos a organizarse en un partido ni a imponerse una disciplina cuartelera más que en situaciones de verdadero peligro para su sistema, pues normalmente tienen que ocuparse de sus negocios y para mantener en pie el chiringuito ya cuentan con un aparato especial de represión (el Estado) compuesto por numerosos cuerpos burocráticos, militares y policiales, sus leyes y tribunales, sus cárceles y carceleros... todos ellos, como se sabe muy bien, la mar de liberales, democráticos y humanitarios.
No hace falta decir que nosotros no sólo no disponemos de nada parecido a ese monstruoso aparato que nos oprime y chupa hasta la médula de los huesos, sino que, además, tenemos que defendernos continuamente de sus zarpazos si es que de verdad queremos llegar a donde nos hemos propuesto para acabar, entre otras cosas, con él.
Para este fin necesitamos organizarnos e imponernos, es cierto, una férrea disciplina. Los obreros, aparte de la fuerza de trabajo, no tenemos otra cosa más que nuestra organización de clase para luchar contra el capitalismo armado hasta los dientes.
Por eso se puede decir que cuando comprendemos la necesidad de la organización nos transformamos haciéndonos conscientes o realmente libres. La libertad, en la concepción marxista, no es otra cosa sino el conocimiento de la necesidad.
Esto puede explicar también por qué los obreros una vez que nos hemos hecho conscientes de la situación y los intereses de nuestra clase, así como de la forma de conseguirlos, de luchar organizadamente por ellos, no encontramos ninguna dificultad insalvable o reserva mental que nos impida ingresar en el Partido y para dar todo lo que tenemos, hasta la propia vida, si es necesario, para el triunfo de nuestra causa comunista, colectiva.
En la lucha consecuente por esta causa nos realizamos ya que para nosotros, contrariamente a lo que le sucede a la burguesía, no existe ninguna contradicción fundamental entre lo individual y lo colectivo; es más, como nos enseña el marxismo, sabemosque sólo en la medida que se libere y progrese el colectivo, podrá liberarse también y progresar en todos los aspectos, en lo material y espiritual, el individuo; que la liberación de la humanidad es la condición previa indispensable para la emancipación total de la clase obrera.
Por este motivo no nos resulta nada doloroso desprendernos de la libertad que nos ofrece gratuitamente la burguesía para entrar contentos en esa cárcel que representa el Partido Comunista; no nos cuesta nada subordinarnos a la Organización y cumplir lo mejor posible las tareas que nos encomienda.
Dicho lo anterior, conviene destacar, para que el lavado de cerebro o el comecocos sea completo, que por más que quisiéramos labrarnos una existencia apacible, libre o autónoma, esto sólo sería posible, teniendo muchísima suerte, separándonos en grupo aparte, y de espaldas a todos los demás trabajadores. Pero aún así, no creemos que haga falta demostrar que de esa manera no socavaríamos en lo más mínimo los cimientos del régimen de explotación y opresión capitalista, más bien lo reproduciríamos a escala microscópica para ser, finalmente, engullidos por el gran capital.
La explotación del proletariado, la extracción de la plusvalía, no la lleva a cabo la burguesía de una manera individual o por pequeños grupos independientes y desconectados entre sí unos de los otros.
El proceso de la producción capitalista siempre ha sido (y hoy más que nunca) un proceso social, colectivo, que abarca en un sistema único a los trabajadores de todos los países. Este es uno de los motivos por los cuales no es posible desarrollar una lucha con posibilidades de éxito, de forma aislada; tampoco es posible, por los mismos motivos, llevar a cabo la expropiación de los expropiadores de manera individual, fábrica por fábrica o sector de la producción para organizar la vida de forma autónoma. Esos son sueños pequeñoburgueses, reaccionarios, que no se podrán realizar nunca. Se precisa, antes que nada, tomar el poder para expropiar a toda la clase burguesa. Y sólo después de esta expropiación se podrá proceder, mediante un largo y complicado proceso, a transferir los medios de producción y toda la riqueza a los trabajadores, sus verdaderos dueños.
Esto no quiere decir que haya que transformarlos por partes, dividirlos en lotes, etc., sino que serán transferidos para su utilización y disfrute, como propiedad común o de todo el pueblo.
Para ello se necesitará una administración, en nada semejante a la actual, y un plan que abarque al conjunto de la sociedad, que tenga en cuenta sus posibilidades y verdaderas necesidades y no esté guiado por el principio de la rentabilidad y el máximo beneficio para unos pocos.
Todo esto exige tener que librar una batalla a muerte, dura y prolongada, contra la clase capitalista y su cultura; y esta lucha, por su propia naturaleza, es una lucha esencialmente política que requiere, para ser culminada con éxito, instrumentos políticos.
No nos extenderemos en más explicaciones; con lo dicho creemos que es suficiente para hacerse una idea, siquiera aproximada, de la enorme complejidad que revisten estos problemas. De ahí que trabajemos sin descanso para crear una organización fuerte, esclarecida y disciplinada capaz de resolverlos; una organización
que actúe en todo momento ligada a la clase obrera y que defienda sus intereses y no los de un grupo, un colectivo particular o un gremio.
Y esa organización que necesitamos y estamos construyendo con gran esfuerzo, no puede ser otra que el Partido Comunista, armado con la teoría revolucionaria marxista-leninista y que aplique en su funcionamiento el principio del centralismo democrático.
En numerosas ocasiones hemos explicado, sirviéndonos de ejemplos prácticos, en qué consiste ese tipo de funcionamiento que tanto preocupa a los grandes y a los pequeños burgueses, hasta el punto de hacerles perder completamente la cabeza, y que a nosotros, como ya he indicado, nos resulta tan necesario
y natural como el aire que respiramos.
Pero para no ir más lejos, ahí tenemos el último número de Resistencia, donde se expone brevemente y de manera viva, nada teórica, el modo en que nos organizamos, debatimos y tomamos decisiones los comunistas. De nada de esto hacemos ningún secreto: al contrario, nuestro interés está en divulgarlo, para que lo entiendan los trabajadores y puedan participar, conscientemente con nosotros, en la obra común.
Claro que no podemos hacer las cosas a la vista de todo el mundo o con pleno conocimiento de la policía política (con luz y taquígrafos) pues nos desbaratarían en un pis pas; o sea, que necesitamos hacer las cosas, nuestro trabajo político, a resguardo de miradas indiscretas para preservar a la organización de la represión y
asegurarnos de que la presión policial no habrá de condicionar, poniéndonos una mordaza, ni torcer nuestros planes y propósitos revolucionarios.
La clandestinidad, por paradójico que resulte, asegura al partido proletario, si no una libertad y democracia plenas, sí toda la libertad y democracia que es posible alcanzar bajo el régimen capitalista.
Desde la clandestinidad organizamos el IV Congreso del Partido y en ella lo realizamos con la participación directa e indirecta de todos los militantes del Partido y otras muchas personas. Bien es verdad que dicha participación no ha sido tan extensa y abierta como sería de desear, pero ya se sabe que la legalidad impuesta por el capitalismo en España para que defendamos libremente nuestras ideas, no da para más.
La cuestión consiste en que, tanto en el Congreso como antes de su celebración, en la fase preparatoria, se debatieron en el Partido y fuera de él todas las cuestiones relativas al programa, la línea política, los estatutos y la composición de los órganos dirigentes del Partido, y toda esta labor fue realizada aplicando escrupulosamente los métodos democráticos (con las limitaciones ya señaladas), de tal forma que nadie entre nosotros se ha sentido limitado o constreñido en su libertad de crítica ni en su derecho de elección.
Es así como hemos podido debatir y decidir entre todos, con método, la línea política a seguir en la lucha contra el capitalismo y se han elegido a los militantes más capacitados, con mayor experiencia y mejor temple para las tareas de Dirección. Y todo esto, parece mentira, sin que haya intervenido ni influyera lo más mínimo la Banca, ni la santa Madre Iglesia, ni los espadones ni sus voceros de la prensa amarilla y negra. ¿No resulta casi un milagro?
Pues ya veis, koleguillas: nosotros, los ogros, los comeniños, los aspirantes a dictadores, los que desayunamos todos los días con una mezcla de cazalla y Goma-2, no sabemos comportarnos ni podríamos hacer nada de otra manera, es decir, si no es en libertad y con los procedimientos más democráticos.
Que prueben otros a imitarnos!, pueden tener la seguridad de que no se lo vamos a reprochar ni les vamos a exigir derecho de patente.
Después de celebrado el Congreso se ha reunido el Pleno del Comité Central que fue elegido en el mismo. Como ha informado Resistencia núm. 47, en esta reunión de la Dirección del Partido se han establecido los planes de trabajo para el próximo período y se han tomado una serie de acuerdos y resoluciones para su aplicación por todas las organizaciones y miembros del Partido.
Este es el mecanismo de funcionamiento que nos permite recoger y elaborar las experiencias de las luchas y de nuestro propio trabajo entre las masas para luego llevarlas de nuevo a ellas sintetizadas en forma de orientaciones y consignas políticas; y es mediante este trabajo incesante como se efectúa la combinación de la teoría y la práctica revolucionarias, las palabras con los hechos, sin la cual navegaríamos a la deriva o dando tumbos sin saber a dónde ir ni qué camino tomar, sin poder influir con nuestras ideas en los trabajadores, sin hacer nada serio ni poder verificar el trabajo práctico de todos y de cada uno, con lo que acabaríamos naufragando en el mar de la confusión, del espontaneísmo, del seguidismo y el reformismo.
Aquí, ciertamente, se observa una mayor centralización o disciplina, pero no por este motivo deja de estar presente en todo momento la democracia, la libertad de crítica y la discusión.
Una prueba de que es así la tenemos en la información que nos ha ofrecido Resistencia de los resultados de esa reunión plenaria del C.C. y de las otras dos reuniones de cuadros que se han celebrado a continuación.
En todas ellas, aunque a distintos niveles, también se han debatido numerosos problemas relacionados principalmente con el trabajo práctico y de funcionamiento del Partido, y los acuerdos que se han tomado también tienen ese carácter; o por decirlo con otras palabras:
se han hecho planes, se han fijado tareas y establecido responsabilidades, se han señalado líneas de actuación en diversos terrenos, se han concretado más nuestras orientaciones y consignas políticas tomándose finalmente acuerdos para llevarlos a la práctica en cumplimiento de la línea y resoluciones aprobadas en el IV Congreso.
Ese es el funcionamiento de centralismo democrático y ése es el método de trabajo de nuestra Organización, de debate y adopción de decisiones, que procuramos aplicar también en nuestras relaciones con las organizaciones de las masas, respetando su autonomía y autodeterminación, convenciéndoles de la justeza de nuestra línea, dando ejemplo con nuestro trabajo y ganándoles para la causa revolucionaria.
Esa es la cárcel en la que estamos encerrados los comunistas, sin poder salir de ella ni siquiera con permisos de fin de semana; y ése es el tipo de dictadura que pretendemos imponerles a los trabajadores para que se liberen de la esclavitud o libertad capitalista.
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