ARGALA
Apareció por primera vez en 1977 impreso en francés el muy importante texto al que, para su edición electrónica, la RED VASCA ROJA ha dado el título que figura más arriba.
Lo hizo como el prólogo de la obra de Jokin Apalategi titulada Nationalisme et question nationale au Pays Basque 1830-1976. PNV, ETA, ENBATA. Editada por ELKAR en Bayona. El 1 de diciembre de 1978 Jokin Apalategi firma en Biarritz su propio prólogo a la traducción castellana de su obra explicando que ha añadido dos capítulos y que ha cambiado el nombre. Esa traducción castellana aparece impresa en 1979 con el título Los vascos de la nación al Estado. P.N.V., E.T.A, ENBATA. Editada también por ELKAR, en la portada se anuncia Prólogo José Miguel Beñaran Ordeñana. Ese prólogo es el texto que aquí transcribimos.
ARGALA murió siendo miembro de la dirección de ETA. Lo hizo el 21 de diciembre de 1978 en Anglet, cerca de Bayona, en la explosión de una bomba colocada en su coche por mercenarios contratados y pagados por la Presidencia del Gobierno de España (Servicio Central de Documentación, SECED, creado por el almirante Carrero Blanco). Mercenarios dirigidos por Jean Pierre Cherid, pieza clave en las distintas organizaciones que el Gobierno de España ha utilizado en su "guerra sucia" contra Euskal Herria, desde el Batallón Vasco Español (BVE) a los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). ARGALA era objetivo prioritario marcado a los mercenarios por sus jefes españoles por su papel dirigente en ETA y en venganza por haber sido quien accionó la carga explosiva que el 20 de diciembre de 1973 voló por los aires al almirante Carrero Blanco, entonces Presidente del Gobierno de España.
ARGALA, siguiendo la mejor tradición marxista, fue un teórico clave para ETA y para todo el Movimiento de Liberación Nacional Vasco precisamente porque fue un militante y dirigente clave en la práctica revolucionaria. En un mensaje grabado dos días antes de su muerte para las Gestoras Pro Amnistía de su Arrigorriaga natal ARGALA decía:
"Se grita ETA HERRIA ZUREKIN (ETA, el pueblo –está- contigo) y yo no creo que ese hrito sea negativo en la medida en que con ello no se trate de que ETA solucione los problemas de todos. Que evidentemente no puede solucionarlos. Este grito es positivo en tanto que sirve para que los militantes de ETA vean que gran parte del pueblo está con ella y comparte sus objetivos, que no están solos. Pero ni ETA ni Herri Batasuna ni KAS ni ninguna organización por grande que sea puede resolver los problemas de la clase trabajadora vasca. Únicamente el pueblo trabajador vasco puede solucionar sus problemas. Por eso yo creo que debemos organizarnos... Sólo un pueblo organizado puede conseguir los objetivos a los que aspira"
La RED VASCA ROJA se enorgullece de publicar por primera vez en Internet el excelente texto de ARGALA que sigue a continuación:
PRÓLOGO
Cuando se me ha invitado a presentar este libro, consistente en un análisis teórico acerca del nacionalismo vasco, su concepción a través de la historia por las diferentes clases sociales existentes en Euskadi, su relación con el internacionalismo en la conciencia de la clase obrera, me ha parecido lo más indicado no hacer una presentación crítica --cada lector hará sin duda la suya--, sino un breve relato de mi experiencia política personal; de mi toma de contacto con la problemática nacional vasca y con la más especifica de la clase de nuestro país, el desarrollo de esa conciencia inicial a través de mi actividad política como militante de ETA en Euskadi peninsular y posteriormente como refugiado vasco en Euskadi continental.
Tratando de evitar que el objetivo de este relato pueda ser mal interpretado, debo aclarar que, desde luego, no consiste en dar a conocer mi biografía, sino tratar de aportar al lector un elemento de juicio vivencial --ni más valido, ni menos que el de cualquier otro vasco-- en un intento de enriquecer con datos de la experiencia el trabajo teórico realizado por Jokin Apalategi.
Tampoco pretendo en modo alguno que mi experiencia personal sea susceptible de extensión a otras personas, por mucho que su evolución se haya podido producir en los mismos cauces organizativos. Por otra parte, considero que la experiencia sólo es racionalizable cuando se ha situado ya a cierta distancia en el pasado --e incluso en este caso su explicación puede ser diferente según el momento de la vida desde el que se la observa-- con lo que su recuperación para el análisis adolecerá de la incapacidad para recoger determinadas circunstancias y elementos causales que se perdieran en el olvido sin tomar conciencia de ellos.
Nací en Arrigorriaga en 1949. Arrigorriaga --cuando yo residía en ella-- era una localidad con una población que calculo en 8.000 habitantes, de los que una buena parte son inmigrantes de diferentes regiones y pueblos del Estado español. Próxima a la zona euskaldun del valle de Arratia, giraba no obstante exclusivamente en la órbita de la industriosa y comercial villa de Bilbao y sus alrededores, fuertemente integrada de emigrantes, por ésta y otras razones históricas, de habla casi totalmente castellana. Debido a ello, Arrigorriaga, fundamentalmente, era también de lengua castellana. El euskara era, hasta hace unos doce años, un idioma en vías de desaparición; conocido casi exclusivamente por el reducidísimo sector de los baserritarras, probablemente lo utilizaban en sus hogares, pero, por lo menos los jóvenes, se avergonzaban de hablarlo fuera de ellos., El conocimiento del euskara era, pues, más una causa de complejo de inferioridad que una razón para la afirmación nacional como pueblo diferenciado.
Mi padre, nacido en la misma localidad, era de origen obrero; trabajador desde la infancia y durante mis primeros seis años de vida trabajador y copropietario, junto con sus hermanos, de un pequeño negocio de carpintería que utilizaba un solo asalariado, quien, frecuentemente, fuera de horas de trabajo convivía con ellos en régimen familiar.Mi padre, hijo de euskaldunes, desconocía por completo el euskara. Mi madre, de origen baserritarra, se vio obligada, también desde niña, a acudir a las grandes villas a ofrecer sus servicios como "femme de menage", trabajo que realizó hasta su matrimonio. Vasco-parlante, no sé si por necesidades de convivencia con mi padre y su familia --todos habitaban una sola vivienda-- o por un complejo de inferioridad muy extendido por aquel tiempo entre los vasco-parlantes --probablemente por ambas razones--, utilizaba en casa únicamente el castellano, por lo que hasta fechas recientes he desconocido el euskara.
Siendo niño aún, fortuitamente --mediante la lotería--, mi padre consiguió cierta cantidad de dinero, suficiente como para iniciar por su cuenta la construcción de viviendas, convirtiéndose de este modo en pequeño industrial de la construcción, nivel social en el que habría de permanecer hasta el día de su muerte.
Un factor fundamental durante mucho tiempo en mi educación seria la enseñanza recibida en la escuela. Estudiaba con admiración las hazañas de los conquistadores españoles y las llamadas cruzadas, considerando la perdida del imperio español como el lamentable resultado de un cúmulo de injusticias históricas realizadas por otras naciones como Inglaterra o Francia. José Antonio Primo de Rivera --fundador de la Falange-- era considerado por mí como héroe nacional, y los rojos, como se denominaba en los libros de historia a todos los enemigos del franquismo, una horda de ateos, violadores y asesinos.
La cuestión nacional vasca jamas llegué a planteármela en la infancia de un modo positivo, si bien la conocía por mi padre y sus audiciones nocturnas de una emisora de radio prohibida cuyas emisiones quedaban semiahogadas en una mar de ruidos y pitidos que las convertían casi en ininteligibles.
Mi padre era patriota vasco, simpatizante del P.N.V., y yo patriota español y partidario de Franco por la paz que, tras los años de "revueltas y quemas de conventos", nos había dado a "todos los españoles". Debido a ello los enfrentamientos en casa se producían con relativa facilidad y, si jamás llegué a ser castigado a causa de ellos, fue simplemente gracias a que mi padre comprendía que discutía con un niño al que mejor que reprender era dejar crecer y madurar.
También mi familia paterna y sus relaciones --que constituía mi medio ambiente-- eran casi en su totalidad nacionalistas vascos. Con frecuencia podría sentir ese extraño ambiente de conversaciones en la intimidad de los hogares, en los que se citaban los nombres de Sabino Arana, fundador del P.N.V., y José Antonio Aguirre, en aquel entonces presidente del Gobierno Vasco en el exilio. Pero todo esto, que sin darme cuenta iba impregnando mi subconsciente, era incapaz de combatir la enseñanza escolar, e incluso de plantearme problemas a los que de cualquier modo era aún poco sensible por mi corta edad.
De lo que, en cambio, guardo una viva sensación es de la imposibilidad para relacionarme con mi abuela materna. Ella apenas hablaba castellano y yo no conocía el euskara por lo que nuestras conversaciones jamás superaban de un breve intercambio de palabras sueltas. Habría de morir sin que llegásemos a tener una autentica conversación. Recuero también que cuando íbamos a visitarla, mi madre hablaba en euskara con su familia sin que yo llegase a comprender nada. Todo ello me hacía sentirme disminuido en el ambiente de aquellas esporádicas visitas, que más tarde comprendería era el de una gran parte de mi pueblo, la más auténtica.
Por otra parte, mi padre, a pesar de su nacionalismo sabiniano, era un ferviente admirador de la organización social de la U.R.S.S. y del comunismo en general, aunque quizá entendido de un modo un tanto particular. Esto hizo que los términos socialismo y comunismo, una vez liberado del lastre educativo recibida en la escuela, me resultaran una opción social más positiva que otras, a diferencia de la herencia anticomunista que demasiados vascos de todas las capas sociales han recibido del nacionalismo tradicional. La dificultad para acercarme a ellos se situaba en el terreno ideológico, pues era decididamente religioso.
Los amigos de mi padre eran obreros y mis amigos hijos de obreros, por lo que ése ha sido el ambiente social en que me he desarrollado; aunque hasta la adolescencia no haya estado capacitado para conocer la división de la sociedad en clases sociales. Tampoco serían estas relaciones las que me inclinasen a posicionarme con la clase obrera y optar por el modelo social marxista. Creo que mi evolución en este sentido se produjo en dos etapas.
La primera, caracterizada por tres elementos. negación del individualismo pequeño-burgués, condena de la explotación capitalista y correspondiente afirmación obrerista y visión idealista de inspiración religiosa de la sociedad.
Recuerdo como una vivencia continuada las preocupaciones económicas de mi padre en el desarrollo de su empresa. Para comenzar la construcción de un edificio, dependía siempre de la venta de los locales del anteriormente construido y de los créditos bancarios. Le recuerdo muchas veces solo en su despacho, preocupado hasta la angustia, cuyo contagio no podía yo evitar. Pronto comprendí que aquella competencia, aquella ley de la selva que rige las relaciones sociales entre empresarios, no podía aportar un mínimo de felicidad social --entendiendo la felicidad como yo la entiendo, lógicamente--; que era mejor colectivizar la propiedad para que los beneficios y las preocupaciones fueran de todos. Era tan fuerte en mí esta vivencia que no recuerdo haber deseado nunca continuar los negocios de mi padre a pesar de los beneficios que indudablemente reportaban. Quizá también yo era de animo débil, pues otros en situación semejante lo han hecho.
Desde que tengo uso de razón --es un decir-- he tenido ocasión de contemplar la explotación de la clase obrera, aunque sin comprenderla como tal durante mucho tiempo. He visto trabajadores --vecinos míos-- que tras una jornada laboral normal se veían obligados a "meter horas" en la construcción de mi padre u otras, y todo ello únicamente para alcanzar a sobrevivir junto con sus familias: Hacia los diecisiete años ingresé en una organización católica, denominada Legión de María, uno de cuyos objetivos era bucear en la miseria social para consolar a quienes se veían obligados a padecerla. A través de mi participación en ella, conocí lo que creía no existía en nuestro país, pero aún desconocía los motivos del sufrimiento que veía; lo que progresivamente se me fue haciendo evidente es que el consuelo no quita el hambre ni las enfermedades. Únicamente con las luchas obreras que en mitad de la década de los sesenta se produjeron en mi zona, y especialmente con la huelga de Bandas y la represión desatada durante el "estado de excepción" consiguiente, y la lectura de novelas sobre el tema del sacerdocio obrero llegué a la comprensión de la división social en clases con intereses opuestos.
Ya comprendía el problema, pero no conocía aún posibles soluciones válidas para resolverlos. Se me escapaba el carácter antagónico del enfrentamiento burguesía-proletariado, y en general toda la racionalización de la problemática social. Mi visión era puramente vivencial y su interpretación idealista. Debía estar con el que sufría y ayudarles, debía hacer algo por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, pero no alcanzaba a comprender la existencia de un modo de producción capitalista que causaba la explotación de la case obrera y la represión contra ella. Recuero que, por ejemplo, para sensibilizar frente a la guerra del Vietnam, poníamos en la puerta de la iglesia parroquial fotografías de niños muertas por las bombas. Pero lo que ni yo ni mis compañeros de aquel entonces comprendíamos con todas sus consecuencias, era que la guerra del Vietnam no era un mal en sí mismo, sino producido por el imperialismo americano en su lucha contra las justas aspiraciones de liberación nacional y social del pueblo vietnamita; y que la única solución posible estribaba en la derrota de las tropas norteamericanas en aquel territorio.
Sería poco más tarde, en una segunda etapa, cuando habría de sufrir una profunda transformación ideológica que me permitiese colocar en su lugar cada elemento del rompecabezas, Aficionado al estudio y necesitado de racionalizar mis experiencias, de comprender el por qué de las cosas, mi concepción religiosa de la vida, del hombre y de sus relaciones sociales entró en crisis, debido a que no me era suficiente para explicar ninguno de los problemas que se me planteaban. Comencé a estudiar la teoría marxista.
Ya para entonces se oía hablar de una nueva organización política patriótica y socialista que luchaba por la independencia de Euskadi, era E.T.A. Surgían las Ikastolas y aparecían jóvenes que cantaban en euskara. La cuestión vasca brotaba a la luz con toda su problemática. Nuestro pueblo, casi aniquilado, resurgía y su resurgir se dejó sentir también en Arrigorriaga. Comenzaron las clases nocturnas de euskara para adultos y los vasco-parlantes comenzaron a superar su complejo para mostrarse orgullosos de hablar el euskara.
Como resultado de ambos factores --estudio del marxismo y resurgir nacional vasco--, tomé conciencia clara de la existencia de Euskadi como nación diferenciada, integrada por siete regiones separadas por las armas de los Estados opresores, español y francés; de la división de la sociedad en clases enfrentadas por interés irreconciliables; de que Euskadi misma no era una excepción en este sentido, comprendí lo que fue la "evangelización de América" por los españoles y lo que fueron "las cruzadas", lo que fueron "los rojos" y el "glorioso alzamiento nacional"; que no se trata de que los ricos ayuden a los pobres, ni únicamente de que se aumenten los salarios de la clase obrera, sino de socializar los medios de producción; que para lograr la solidaridad social es precisa una profunda revolución cultural, y que para ello, no basta con la buena voluntad, sino que es precisa una transformación del modo de producción capitalista actualmente dominante por otro socialista; que para ello es preciso que la clase obrera obtenga el poder político; que un aparato de Estado no es neutral y que esto obliga a la clase obrera a destruir el Estado burgués para crear otro propio, que la burguesía recurre a las armas cuando ve en peligro sus privilegios, lo que induce a pensar que si la clase obrera no se plantea el problema en términos semejantes, tendremos ocasión de presenciar muchas matanzas y pocas revoluciones.
Iniciado este proceso de comprensión, que espero jamás llegue a considerar suficientemente maduro, se me planteó la entrada en E.T.A., y acepte.
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