(PEQUEÑA BURGUESÍA Y FRACCIONALISMO)
C) LUCHA DE CLASES EN EL PARTIDO
Este es un punto complejo e importante, en el que se entremezclan en un solo
haz, los métodos de construcción de una organización verdaderamente proletaria,
el centralismo democrático y los medios de conocimiento del Partido.
Empecemos por esto último. Un Partido revolucionario, para ser tal, debe
conocer la realidad en la que se mueve. La fuente de ese conocimiento, como lo
han enseñado reiteradamente Marx, Lenin y todos los revolucionarios, es la
propia práctica, la actividad transformadora del mundo. O sea, en el caso de los
revolucionarios, la actividad destinada a transformar las estructuras de la
sociedad.
La práctica está, a su vez, orientada por la teoría, por el
marxismo-leninismo, que no es otra cosa que la acumulación del conjunto de las
experiencias prácticas de la Revolución y de los elementos de análisis
científicos de la sociedad, que surgen del conjunto de la práctica social.
Pero, a su vez, la teoría, el marxismo-leninismo, no es un método abstracto,
una herramienta que sirva para cualquier uso, al modo en que por ejemplo, se
utilizan las notas musicales indistintamente para escribir un tango o una zamba.
La utilización correcta de la teoría depende del "punto de vista" con que se
aplica. Sólo ubicándose en el punto de vista del proletariado la clase a que
corresponde tal ideología y teoría científica de la revolución, se puede obtener
el resultado correcto.
Ahora bien, en el curso de la actividad revolucionaria, ante una cuestión
cualquiera, surgirán entre los compañeros opiniones diferentes. Esto es lógico y
justo. Esas diferencias de opinión reflejan las diferentes experiencias de cada
compañero. Es muy natural que frente a un determinado problema no opinen lo
mismo un obrero tucumano que uno cordobés, un compañero que trabaja en una gran
fábrica, que el que lo hace en un pequeño taller, el de un frigorífico que el de
una planta química.
La confrontación de esas diferencias de opinión, a través de una discusión
franca, amplia, sin trabas de ningún tipo, permitirá entonces capear la realidad
en todos sus matices, arribar a una opinión común más justa, más correcta, más
rica. Por eso se dice que el Partido es el "intelectual colectivo" de la
Revolución. Este es el polo de la democracia en el centralismo democrático, el
aspecto que permita la elaboración justa de la línea partidaria con el aporte de
todos los compañeros.
Pero esto es a condición de que realmente "se quiera" llegar a una opinión
común, que todos los que participan en la discusión lo hagan desde "el punto de
vista proletario", atendiendo al interés superior de hacer avanzar a la
Revolución.
Cuando la discusión "se empantana", cuando las diferencias se vuelven
irreductibles y devienen en duros enfrentamientos de tipo personal, entonces
esto quiere decir que alguna de las panes "no quiere" realmente llegar al
acuerdo. Y si no quiere llegar al acuerdo, esto refleja un "interés social", un
punto de vista "no proletario", que tiene su base material en intereses
burocráticos o pequeño-burgueses, que son introducidos en la organización por
sus elementos no proletarios o, excepcionalmente, por elementos obreros que se
han desclasado. De esta manera esos elementos se transforman en correa de
transmisión de las presiones de clases hostiles es sobre la organización del
proletariado, de esa manera la lucha de clases en el conjunto de la sociedad se
refleja como lucha de clases en el seno del lamido.
Cuando se llega a este punto, las contradicciones en el seno de la
organización ya no pueden resolverse por la vía habitual, la discusión, la
autocrítica y la crítica, sino que es necesario resolverlas mediante una
enérgica liquidación de estas corrientes no proletarias: primero derrotándolas
ideológica y políticamente, para así "curando el mal, tratar de salvar al
enfermo", y en caso de persistir en sus posiciones antiobreras, expulsadas sin
contemplaciones del seno de la organización como se extirpa un tumor para que no
infecte a la mayoría sana del organismo.
No es siempre fácil detectar acertadamente y a tiempo, cuándo las diferencias
de opinión se transforman en lucha de clases en el seno del Partido.
Es necesario orientarse permanentemente por la opinión de los obreros,
consultar el mayor número de opiniones posible para tener una visión más amplia
y justa de la realidad. Y la piedra de toque para diferenciar las corrientes de
opinión sanas de las tendencias fraccionistas y antipartidarias es precisamente
la práctica, el respeto del centralismo democrático en sus dos aspectos: amplia
libertad de discusión en la elaboración, rigurosa disciplina centralizada en la
acción.
Si ante un problema más complejo que otros una minoría no tiene argumentos
suficientes para convencer de sus posiciones a la mayoría, y no está a su vez
convencida de las posiciones de ésta, la actitud correcta es acatar la
disciplina de la organización, continuar desarrollando la militancia tenazmente
con la línea que en ese momento detenta la mayoría.
En la práctica, entonces, los compañeros de la minoría podrán comprobar la
validez de las opiniones y si fuera acertada la opinión de la mayoría,
rectificar la propia suya. Si, por el contrario, en la práctica se demostrara
como justa la opinión de la minoría -lo que ha sucedido a veces en la historia
de la revolución- será entonces en esa misma práctica, ejercida de una manera
leal y respetuosa de la disciplina partidaria, cómo la minoría tendrá
oportunidad de demostrar la corrección de sus posiciones y logrará oportunamente
la rectificación de la línea.
Esto es posible, precisamente sobre la base, como hemos señalado, de un común
punto de vista proletario, de la intención de todos, mayoría y minoría, de
servir únicamente a los intereses de la revolución.
Cuando una de las partes tiene un interés social ajeno al interés de la clase
obrera, cuando está situada en un punto de vista no obrero, sólo entonces
cristalizan las diferencias en tendencias fraccionistas, se viola la disciplina
y la legalidad partidaria y se debita la lucha de clases en la organización.
Hasta aquí, en apretada síntesis, la posición leninista sobre la lucha de
clases en el seno del partido, que nuestra organización ha mantenido teórica y
prácticamente de manera consecuente.
La IV Internacional, por el contrario, opina que esta posición es
"burocrática", "stalinista", que se utiliza el rótulo "pequeño-burgués", para
perseguir a los compañeros dentro del Partido. Reclaman, en consecuencia, la
libertad de constituir permanentes tendencias diferenciadas en el seno de la
organización, que discutirán sus distintas opiniones de manera permanente ante
la "opinión pública" del Partido.
La piedra de toque para caracterizar estas corrientes no es ya para ellos la
práctica misma de la organización, sino el debate permanente, la "continua
discusión de ideas" con la única salvedad de un formal acatamiento de la minoría
a la mayoría, llegando incluso a expresar públicamente las diferencias.
Consecuentemente, nuestros fraccionistas exigían como condición para ingresar
al Partido, un elevado nivel teórico, a fin de poder participar en sus
permanentes debates internos. Trababan así el ingreso de cuadros obreros, que,
aunque conozcan perfectamente por su práctica sus intereses de clase y estén
dispuestos a luchar por ellos, a causa de su explotación no pueden tener grandes
conocimientos teóricos antes de ingresar al Partido y sólo en su seno pueden
adquirirlos.
Esta posición no es marxista, no es materialista dialéctica, sino idealista y
tiene una raíz de clase claramente pequeño-burguesa.
El intelectual pequeño-burgués, que no sufre en carne propia la explotación y
se acerca a la revolución a partir de una posición humanista, moviéndose por
ideas, tiene una fuerte tendencia a enamorarse de las ideas por las ideas
mismas, a manejarlas de una manera abstracta en la discusión permanente.
Al obrero, en cambio, que experimenta día a día la explotación, le interesan
la discusión y las ideas pero de una manera concreta, como forma de mejorar su
práctica para acabar más pronta y eficazmente con la explotación de su clase y
de toda la humanidad.
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