tomado de pospolo kutxa, 1. zenbakia (marzo-abril 2012 martxoa-apirila)
Memoria-histórica
La masacre de Gasteiz
Gasteiz,
3 de marzo de 1976.
Los
obreros de Forjas Alavesas, MEVOSA, Gabilondo, Cablenor, Aranzábal,
Apellániz... llevaban más de dos meses en huelga para hacer frente
a las cada vez más precarias condiciones que se les imponía desde
la patronal.
Si
bien al principio tanto la huelga como las formas de lucha no eran
del todo radicales, la no obtención de las reformas exigidas así
como los despidos de los obreros más conscientes en dicho proceso de
huelga, dotaron de más radicalidad y furia a las protestas.
Hasta
que el 3 de marzo se convocó huelga general en Vitoria. Ya esa misma
mañana se había producido un muerto en las manifestaciones que
llevaron a cabo 50000 trabajadores en solidaridad con los
huelguistas.
A
las cinco de la tarde, es convocada una asamblea masiva en la iglesia
de San Francisco en Zaramaga. Más de 5000 personas consiguen entrar
dentro mientras que un número superior se quedan fuera, sin entrar,
junto con las comisiones elegidas en asamblea que no consiguen pasar.
En
la iglesia apenas se consigue celebrar la asamblea, pues comienzan a
oírse los disparos de las bombas lacrimógenas y alguna que otra
ráfaga de metralleta.
Comienzan
los grises
a romper los cristales de las puertas y a lanzar las granadas
lacrimógenas, bolas de goma, bolas de acero, etc. por los huecos.
Mientras tanto, los que aguardan fuera intentan impedir el ataque a
los que permanecen dentro de la iglesia.
Prosiguen
los disparos y en la iglesia los 5000 obreros permanecen tumbados en
el suelo. Muchas personas están con los ojos en blanco, se cuentan
más de 100 intoxicados, algunos sufren ataques de histeria, otros
arrojan espuma por la nariz y la boca... Con 5 o 10 granadas más los
muertos por asfixia podían haber sido más de 100. La iglesia estaba
totalmente saturada de gases.
El
primer obrero que sale de la iglesia recibe un balazo en la cabeza
que se la atraviesa. Otro lo recibe en la garganta. Más de cuarenta
de los que estaban dentro resultan heridos de bala.
A
la salida espera un pasillo de grises
que golpea sin piedad a todos los que salen. Los heridos e
intoxicados son los más castigados pues no pueden correr ni hacer
nada. Al que intenta escapar se le dispara. Desde un jeep salta en
marcha un gris
que descarga una ráfaga larga contra los que estaban fuera.
Las
ambulancias que comienzan a llegar son detenidas por los jeeps que
les golpean en las ruedas e impiden su paso y su atención a los
heridos que están tumbados en el suelo de la calle y a la salida de
la iglesia.
La
masacre se ha realizado y ha sido consciente. Las órdenes eran
órdenes, y éstas eran de machacar, de matar. Los que estaban dentro
de la iglesia, han podido perecer intoxicados y después han sido
ametrallados a la salida junto con más de 5000 que esperaban fuera.
Sin
embargo, sus muertes no fueron en vano, y de eso se encargó la clase
obrera de todo el Estado, llevando a todos los rincones la denuncia
por la muerte de estos cinco luchadores, así como la de todos los
heridos en dicha masacre.
Una
vez más, la lucha obrera fue consciente, radical, decidida, hasta
las últimas consecuencias, y el precio a pagar fue muy caro.
La
lección, sin embargo, también fue diáfana: cuando el camino es
verdaderamente consecuente, el Estado se te echa encima, pero no hay
otra forma de avanzar.
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