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miércoles, 11 de enero de 2012

Sobre la ciencia soviética, por Juan Manuel Olarieta Alberdi

¿Por qué triunfó la ciencia soviética?
Juan Manuel Olarieta Alberdi (abogado, escritor y represaliado político).

El socialismo no admite comparación con el capitalismo en ningún terreno. No compite con él porque ya ha triunfado sobre él, ya es un avance histórico con respecto a él. Por lo tanto, no voy a discutir ahora si la ciencia soviética fue "mejor" o si avanzó "más" que la de los países capitalistas. Sin embargo, el triunfo de la revolución en un país atrasado, como la Rusia zarista de 1917, planteó las cosas de una manera algo distinta: como una cuestión de supervivencia frente a las grandes potencias imperialistas, que en aquel momento dominaban la ciencia (y dominaban gracias a la ciencia, entre otras cosas). Lenin lo expresó gráficamente cuando dijo que el comunismo eran los soviets más la electrificación (1). Quizá lo que no ha quedado suficientemente claro es que Lenin dijo eso en contraposición a Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos, quien cinco años antes había dicho: "El siglo XX pertenece al petróleo y la electricidad". Merece la pena reflexionar sobre ambas expresiones para saber si el siglo XX fue el de la electricidad, el de los soviets o el de las dos cosas al mismo tiempo.

Bajo los soviets el desarrollo científico tuvo siempre un marcado carácter estratégico. La tarea de la ciencia consistió en ponerse a la altura de los países punteros en tecnología, y luego superarlos. Si no hubiera desarrollado la ciencia de la manera vertiginosa en que lo hizo, la URSS simplemente no hubiera podido subsistir mucho tiempo. Esa fue la lección de la II Guerra Mundial que, en palabras de Stalin, fue una "guerra de motores" o "mecanizada" (2). Sin duda fue muchas cosas más, pero ese fue un aspecto muy importante. El Ejército Rojo ganó la guerra civil a lomos de mulas y la guerra mundial a lomos de tanques. Pero entre ambas sólo habían transcurrido dos décadas, que la URSS tuvo que transitar a un ritmo trepidante. En 1945 la tecnología soviética ya había superado a un país puntero como Alemania, el más avanzado de la época, sobre todo en materia militar.

Si tenemos en cuenta esa circunstancia, empezaremos a comprender la falta de fundamento de una serie de arraigados vicios intelectuales de la burguesía que paso a enumerar.

1. La ciencia no son sólo conocimientos. Es un vicio procedente del racionalismo y de la Ilustración burguesa. Además de conocimientos, la ciencia es una fuerza productiva y un instrumento de hegemonía. Si los marxistas-leninistas nunca hemos aceptado el "arte por el arte", tampoco hay por qué aceptar, por idénticos motivos, la "ciencia por la ciencia". El "arte por el arte" encubre un fenómeno cultural e histórico y la "ciencia por la ciencia" encubre otro.

Por ejemplo, encubre que actualmente la mayor parte de la inversión en ciencia tiene un origen militar; por lo tanto, también tiene un destino militar. El caso de la informática, internet y la telefonía móvil lo estamos padeciendo hoy mismo. También para el capitalismo la ciencia es estratégica: es un sistema de control y dominación de las masas, que en la etapa imperialista alcanza al mundo entero. La burguesía cree que puede solventar su crisis sin necesidad de ninguna revolución, reconvirtiendo los problemas sociales, económicos y políticos en problemas técnicos.

2. Lo mismo que la economía, el desarrollo de la ciencia no es espontáneo sino que también se dirige en una u otra dirección. Eso que cuentan en las escuelas sobre Newton y la manzana que cayó de un árbol es la consagración de la estupidez burguesa al más alto nivel. La ciencia no se improvisa, no espera que alguien descubra algo nuevo por un golpe de buena suerte. Los logros de Newton fueron consecuencia de la revolución burguesa en Inglaterra y la nueva organización de la ciencia que trajo consigo: la Royal Society. Del mismo modo, si la ciencia soviética triunfó fue porque estuvo correctamente dirigida y organizada.

Pero quien debe dirigir el desarrollo científico no son los científicos porque el desarrollo económico tampoco lo dirigen los economistas. Fue el partido bolchevique quien lo hizo.

3. Otro de los mitos a desnudar es la concepción individualista de la ciencia, la teoría del genio, de que los avances en el conocimiento se deben a los sabios, a personalidades relevantes que están por encima de la mediocridad general. La ciencia es una tarea colectiva, social, que un país que pretenda construir el socialismo debe organizar consciente y correctamente. El progreso científico soviético fue consecuencia de una política científica igualmente correcta que constituye un modelo a seguir aún en la actualidad.

4. El último tópico es el del dinero. Hay quien cree que para poner a un país a la altura de los tecnológicamente punteros hay que invertir más dinero en ella. Es cierto que la moderna investigación requiere desembolsos cada vez mayores porque los laboratorios y el equipamiento juegan un papel muy relevante.

Ahora bien, los recursos que hoy se destinan a la ciencia están sometidos a las leyes del capital, como cualquier otro sector económico. Ya lo explicó Marx: "La ciencia es separada del trabajo como potencia independiente de producción y aherrojada al servicio al capital" (3). Además de la llamada "aplicación" de la ciencia a la producción (capitalista) hay que tener en cuenta también la "aplicación" de la producción (capitalista) a la ciencia. Las crecientes inversiones en ciencia no son tales sino inversiones en "empresas científicas". Es lo mismo que sucede con cualquier otro sector económico capitalista.

Por ejemplo, mayores inversiones en sanidad no mejoran nuestra salud. Pues bien, las inversiones de la URSS en ciencia no sólo superaron a las de cualquier otro país capitalista de vanguardia sino que las multiplicaron, y
aunque esto fue importante, no es lo que explica el éxito de la ciencia soviética.

Como en cualquier otro campo, una política científica es correcta cuando se apoya en la ciencia, lo cual no es ninguna redundancia. Para impulsar la ciencia hay que saber qué leyes rigen el progreso del conocimiento y, entre los muchos inventos de la URSS, hubo uno que trataba precisamente de eso: de estudiar a la ciencia como objeto de la ciencia misma. Lo llamaron "Naukovodemia", la ciencia que estudia la ciencia.

La ciencia avanza siguiendo las leyes de la dialéctica, una de las cuales es la antítesis, la crítica, el momento negativo del conocimiento, el que determina lo que no es ni será nunca ciencia. Pero no para censurarlo o suprimirlo por decreto sino para criticarlo. Desde hace un siglo y medio hay teorías supuestamente científicas que los marxistas-leninistas seguimos sin aceptar como tales, por más que insistan en ello. Por ejemplo, no es de extrañar que los modernos manuales de termodinámica sigan mencionando la crítica que Engels realizó en su día a la interpretación que de la segunda ley de la termodinámica realizaron los físicos de su tiempo (4). Por más que traten de ponerla de moda una y otra vez, Engels tenía razón y las teorías del caos nunca lograron prosperar en la URSS. Es la ventaja que tiene el "dogmatismo" cuando insiste tozudamente en defender una concepción correcta y verdaderamente científica frente al absurdo, el tópico y la chabacanería.

Otra de las leyes que rigen el avance de la ciencia es la contradicción. El conocimiento se abre camino en medio de polémicas y controversias entre teorías opuestas. La ciencia de un país está bien organizada cuando no sólo protege las distintas concepciones científicas sino que las estimula: la ciencia no puede desarrollarse "sin la lucha de opiniones, sin la libertad de crítica", escribió Stalin (5). La dictadura del proletariado se apoya en las masas, en su iniciativa y en su creatividad, lo cual, en materia científica significa que debe estimular activamente el surgimiento continuo de nuevas propuestas de investigación, de proyectos originales y de concepciones rupturistas. A diferencia del capitalismo, el socialismo mira hacia adelante, es inconformista con el saber establecido y pretende abrir nuevos caminos incesantemente. La fuerza del socialismo no está en la rutina de las frases hechas sino en suscitar continuos interrogantes, cuestionar lo que se cree saber.

Un país socialista se fundamenta en un silogismo claro: la dictadura del proletariado es el poder del proletariado; el saber es poder; luego el proletariado tiene que saber si quiere tener el poder. La burguesía domina porque tiene el monopolio de la ciencia y la revolución socialista tiene entre sus objetivos pioritarios la formación científica de las masas, la divulgación de los conocimientos, el arte y la cultura. Para impedirlo la burguesía ha inculcado que la ciencia es difícil, que cualquiera no puede aprender la teoría de la relatividad, por ejemplo. Esto es falso. Todos, absolutamente todos, pueden aprender y, desde luego, ampliar sus conocimientos.

Eso no sólo es imprescindible por la naturaleza política de la dictadura del proletariado sino también porque no puede haber ciencia sin divulgación científica. Del mismo modo que para que haya media docena de atletas de élite tiene haber miles de corredores aficionados, para que haya un puñado de buenos matemáticos tiene que haber miles de aficionados a las matemáticas. Ahí radica una de las claves maś importantes del éxito científico de la URSS: ningún país en la historia de la humanidad ha desplegado un esfuerzo tan considerable por llevar el conocimiento a las masas. La ciencia no está sólo en la centros de investigación sino en la difusión del saber, que no sólo se debe llevar a cabo en las aulas sino por todos los medios posibles: revistas, libros, documentales, radio, etc. Mientras en los países capitalistas, los alumnos buscan universidad, en un país socialista es la universidad la que debe buscar alumnos.

Notas:

(1) Lenin, Informe al VIII Congreso de los Soviets, diciembre de 1920, Obras Completas, tomo 42, pg.164.

(2) Stalin, 24 aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre, Oeuvres, tomo 16, pgs.33 y 203.

(3) Marx, El Capital, Fondo de Cultura Económica, tomo I, pg.294.

(4) J.Aguilar Peris: Curso de termodinámica, Alhambra, Madrid, 1981, pgs.180 y siguientes.

(5) Stalin, Le marxisme et les problèmes de la linguistique, Pekín, 1975, pgs.28-29.

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