Páginas

lunes, 12 de diciembre de 2011

La Revolución de 1905

      Domingo sangriento.
      El 3 de enero de 1905 había estallado una huelga en la fábrica Putilov, la más importante de Petersburgo a consecuencia del despido de cuatro obreros.
      El movimiento huelguístico creció rápidamente, sumándose otras fábricas y pronto se convirtió en una huelga general.
      Un año antes la policía había creado entre los obreros, con ayuda del cura Gapón, un sindicato amarillo. Al estallar la huelga, el cura Gapón propuso que el 9 de enero los obreros se congregaran en procesión pacífica ante el Palacio de Invierno, con rosarios, estandartes religiosos y retratos del zar, con objeto de entregarle una petición en la que se expondrían sus necesidades. El zar saldría a recibir al pueblo, y escucharía y satisfacería sus peticiones.
      Gapón se prestó a servir de instrumento a las maniobras de la policía zarista para escarmentar a los obreros y ahogar en sangre el movimiento proletario.
      Pero el plan policiaco se volvió contra el gobierno del zar.
      La petición fue discutida en las asambleas de obreros, introduciéndose en ella algunas enmiendas y modificaciones. En estas asambleas intervinieron también los bolcheviques, aunque sin presentarse abiertamente como tales. Fueron ellos quienes consiguieron que se añadiese a la petición las reivindicaciones siguientes: libertad de prensa y de palabra, libertad de asociación para los obreros, convocatoria de una Asamblea Constituyente para cambiar la forma de gobierno de Rusia, igualdad de todos ante la ley, separación de la Iglesia y el Estado, terminación de la guerra con Japón, implantación de la jornada de ocho horas y entrega de la tierra a los campesinos.
      En sus intervenciones en las asambleas, los bolcheviques hacían ver a los obreros que la libertad no se conseguiría con súplicas al zar, sino que había que conquistarla con las armas en la mano. Les previnieron de que las tropas harían fuego contra los obreros. Pero no lograron evitar la manifestación ante el Palacio de Invierno. Una parte considerable de los obreros creía aún que el zar les ayudaría. El movimiento se había apoderado de las masas con una fuerza enorme.
      En la petición de los obreros se decía:
      Nosotros, obreros de Petersburgo, acudimos a ti, Señor, con nuestras mujeres, nuestros niños y nuestros padres ancianos e inválidos, a implorar de ti la verdad y tu ayuda.
      Vivimos en la miseria, nos oprimen, nos abruman con un trabajo agobiador, se mofan de nosotros, no nos tratan como a hombres... Lo hemos sufrido todo con paciencia, pero nos empujan cada vez más al borde de la miseria, de la esclavitud y de la ignorancia; el despotismo y la tiranía nos ahogan... Nuestra paciencia se ha agotado. Hemos llegado a ese momento terrible en que se prefiere morir a seguir soportando unos tormentos irresistibles.
      En las primeras horas de la mañana del 9 de enero de 1905, los obreros marcharon en procesión hacia el Palacio de Invierno, donde tenía su residencia el zar. Iban acompañados de sus familias, mujeres, niños y ancianos, y desfilaban con retratos del zar y estandartes de cofradías, entonando canciones religiosas, y sin armas. En total, se reunieron en las calles de Petersburgo, aquel día, más de 140.000 hombres.
      El zar Nicolás II dio orden de disparar sobre los obreros inermes. Más de mil obreros cayeron muertos ante los fusiles de las tropas zaristas y más de dos mil resultaron heridos. Las calles de Petersburgo quedaron empapadas de sangre proletaria.
      Los bolcheviques desfilaron con los obreros. Muchos de ellos cayeron muertos o fueron detenidos. Allí mismo, sobre las calles bañadas en sangre proletaria, explicaron a las masas quiénes eran los responsables de aquella matanza espantosa y cómo había que luchar contra ellos con las armas en la mano.
      El 9 de enero comenzó a llamarse Domingo sangriento. Fue una enseñanza sangrienta la que los obreros recibieron en este día. El 9 de enero murió fusilada la fe de los obreros en el zar. Comprendieron que sólo luchando podían conquistar sus derechos.
      Al anochecer de aquel día, en los barrios obreros se comenzaron a levantar ya las primeras barricadas. Ya que el zar nos ha recibido a tiros, ¡le pagaremos en la misma moneda!, decían los obreros de Petersburgo.
      La horrible noticia del crimen sangriento del zar corrió como un reguero de pólvora por toda Rusia. La ira y la indignación se apoderaron de toda la clase obrera de todo el país. No hubo ciudad donde los obreros no se declarasen en huelga en señal de protesta contra el crimen del zar y donde no formulasen reivindicaciones políticas.
      A partir del 9 de enero, la lucha revolucionaria de los obreros tomó un carácter más agudo y más consciente. De las huelgas económicas y de solidaridad, los obreros pasaron a las huelgas políticas, a las manifestaciones y, en algunos sitios, a la resistencia armada contra las tropas zaristas. Ahora, los obreros se echaban a la calle con la consigna de ¡Abajo la autocracia!
      En el mes de enero, el volumen de huelguistas alcanzó la enorme cifra de 440.000. En un solo mes, se pusieron en huelga más obreros que en los diez años anteriores juntos. El movimiento obrero se elevó a una altura formidable. La influencia de la socialdemocracia crecía rápidamente.
      En Rusia había comenzado la revolución, que se prolongaría durante todo el año, y en algunas regiones más aún.
      Las manifestaciones del Primero de Mayo dieron origen, en diversos sitios, a choques con la policía y las tropas. En Varsovia, los manifestantes fueron recibidos a tiros y hubo varios cientos de muertos y heridos. Los obreros de Varsovia respondieron al llamamiento de la socialdemocracia polaca y contestaron a la matanza con una huelga general de protesta. Durante todo el mes de mayo no cesaron las huelgas y las manifestaciones.
      En las huelgas de mayo tomaron parte, en Rusia, más de 200.000 obreros. La huelga general se extendió a los obreros de Bakú, Lodz e Ivanovo-Vosnesensk.
      Cada vez eran más frecuentes los choques entre los obreros huelguistas y las tropas del zar. Choques de éstos, se produjeron en una serie de ciudades, como Odesa, Varsovia, Ríga, Lodz, etc.
      En el centro industrial de Polonia, Lodz, la lucha asumió un carácter especialmente agudo. Los obreros de Lodz llenaron las calles de esta ciudad de barricadas, en las que lucharon contra las tropas zaristas durante tres días (del 22 al 24 de junio de 1905).
      Aquí, la acción armada se fundió con la huelga general. Lenin consideraba estos combates como la primera acción armada de los obreros en Rusia.
      Entre las huelgas producidas durante el verano, se destacó principalmente la de los obreros de Ivanovo-Vosnesensk. Esta huelga duró desde fines de mayo hasta comienzos de agosto de 1905, o sea cerca de dos meses y medio. Tomaron parte en ella unos 70.000 obreros, entre los que figuraban muchas mujeres.
Dirigió esta huelga el Comité bolchevique de la región Norte. En los arrabales de la ciudad, a orillas del río Talka, se reunían casi diariamente miles de obreros. En estas asambleas discutían sus problemas y sus necesidades. En ellas hacían uso de la palabra los bolcheviques.
      Para aplastar la huelga, las autoridades zaristas ordenaron a las tropas disolver a los obreros, haciendo fuego contra ellos. Cayeron muertos varias decenas de obreros, y hubo cientos de heridos.
      Fue proclamado el estado de guerra en la ciudad de Ivánovo. Pero los obreros se mantenían firmes, sin reanudar el trabajo. Pasaban hambre con sus familias, pero no cedían. Sólo el agotamiento más extremo les obligó a entrar de nuevo a trabajar.
      Esta huelga templó a los obreros. Reveló ejemplos maravillosos de valentía, de firmeza, de abnegación y de solidaridad por parte de la clase obrera. Sirvió de verdadera escuela de educación política para los obreros de Ivánovo-Vosnesensk.
      Durante esta huelga, los obreros de Ivánovo crearon un Soviet de delegados que fue, de hecho, uno de los primeros Soviets de diputados obreros de Rusia.
      Las huelgas políticas pusieron en pie a todo el país.
      Tras de la ciudad, comenzó a levantarse el campo en la primavera de 1905. Marchaban en grandes muchedumbres contra los terratenientes, destruyendo sus posesiones, sus fábricas de azúcar y sus destilerías, pegando fuego a sus palacios y casas señoriales.
      En una serie de comarcas, los campesinos se apoderaron de las tierras de los terratenientes, procedieron a la tala en masa de los bosques y exigieron que les fuesen adjudicadas las tierras señoriales. Los campesinos confiscaron el trigo y otros productos almacenados por los terratenientes y los repartieron entre los hambrientos. Los terratenientes, aterrados, huían a la ciudad.
      El gobierno zarista envió a los soldados y a los cosacos para ahogar las insurrecciones campesinas. Las tropas disparaban contra los campesinos, detenían, apaleaban y torturaban a sus instigadores. Pero los campesinos no cejaban en su lucha.
      El movimiento obrero y campesino, unido a la serie de derrotas de las tropas rusas en la guerra ruso-japonesa, repercutió sobre el ejército. Este baluarte del zarismo comenzó a tambalearse.
      En junio de 1905 estalló una sublevación en la escuadra del Mar Negro, a bordo del acorazado Potemkin. Por aquellos días el Potemkin estaba fondeado no lejos de Odesa, donde los obreros habían declarado la huelga general. Los marinos sublevados ajustaron las cuentas a los oficiales más odiados y pusieron rumbo a Odesa. El Potemkin se pasó al campo de la revolución.
      Lenin atribuía a esta sublevación una importancia muy grande. Reputaba necesario que los bolcheviques dirigiesen este momento y lo enlazasen al movimiento de los obreros, de los campesinos y de las guarniciones locales.
      El zar envió contra el Potemkin varios barcos de guerra, la tripulación de estos buques se negó a disparar contra sus camaradas sublevados. Durante varios días ondeó en el acorazado Potemkin la bandera roja de la revolución. Pero en aquellos tiempos el Partido bolchevique no era aún el partido único que dirigía el movimiento, como más tarde, en 1917.
      En el Potemkin había no pocos mencheviques, socialrevolucionarios y anarquistas. Por eso, aunque en la sublevación tomaron parte algunos socialdemócratas, los sublevados no tuvieron una dirección certera y suficientemente experta.
      Una parte de los marinos vacilaba en los momentos decisivos. Los demás buques de la escuadra del Mar Negro no se unieron a la sublevación. Falto de carbón y de provisiones, el acorazado revolucionario se vio obligado a retirarse hacia las costas de Rumania y entregarse a las autoridades de ese país.
      La insurrección de los marinos del Potemkin terminó con una derrota. Los marinos sublevados, que cayeron más tarde en manos del gobierno zarista, fueron entregados a los tribunales. Algunos de ellos fueron ejecutados y otros enviados a presidio. Pero el solo hecho de la sublevación tuvo una importancia extraordinaria.
      La insurrección del Potemkin fue la primera acción revolucionaria de masas que se produjo en el ejército y en la flota, la primera gran unidad de tropas zaristas que se pasó al lado de la revolución. Esta sublevación hizo que los obreros, los campesinos y, sobre todo, las propias masas de soldados y marinos viesen más clara y más cercana la idea del paso del ejército y la marina al lado de la clase obrera, al lado del pueblo.
El paso de los obreros a las huelgas políticas y a las manifestaciones de masas, el recrudecimiento del movimiento campesino, los choques armados del pueblo con la policía y las tropas y, finalmente, la sublevación en la escuadra del Mar Negro: todo indicaba que estaban madurando las condiciones para la insurrección armada del pueblo.
      La revolución puso en movimiento a todas las clases de la sociedad. El viraje provocado por la revolución en la vida política del país, las hizo salir de sus viejas posiciones estancadas y obligó a reagruparse con arreglo a la nueva situación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario